POR UN SUEÑO DE LIBERTAD
Quiero Vivir. Fue lo último que dijo, ya para morir.
¿ Tu lo oíste?
No. Me contaron aquellos que llegaron primero, esta mañana muy temprano.
Cuando yo lo vi, estaba tirado en el piso con los ojos abiertos, mirando al cielo. No
tenemos como sonreír, pero en su rostro había satisfacción, sin lugar a dudas.
¿Quién era, de dónde venía, cuál era su nombre?
No sé. Creo que en verdad nadie lo sabe. Todos lo vimos, ahí estaba siempre,
pero en realidad nadie lo conocía, en realidad nadie lo conoció nunca.
Había gran alboroto en el jardín, muchas aves estaban llegando poco a poco,
atraídas por el bullicio de aquellas otras que ya conversaban reunidas allí. Todos los
arboles y plantas estaban ocupados por ellas y los demás animales trataban de
escuchar, intentando conocer el motivo de tanta excitación.
Hablamos del jardín enorme de una inmensa casa ubicada en un barrio de gente
adinerada y culta, de aquella que siente el placer de simular el campo en su vivienda,
conservando el carácter de "gente de mundo" que accede a la belleza a través de su
dinero y evita la majestuosidad del sentimiento, incapaz de adquirirlo por si misma.
En el centro de aquel lujoso escenario, había una fuente de agua que caía al suelo
del cántaro de un frío niño de piedra que con una mueca en el rostro, intentaba
sonreír, dando la bienvenida a los visitantes del lugar.
Un camino de piedra laja se paseaba por todas partes, llevando al caminante hacia
un enorme y viejo cafeto, siempre florecido, traído desde el oriente por un exquisito
antepasado viajero.
Un manzano joven y un naranjo enano hacían compañía al viejo árbol y un
curazao, orgulloso del color salmón de sus flores, obtenido después de múltiples y
costosos injertos y cruces, miraba con cierto desdén a sus congéneres.
Flores de todos los tamaños y colores seguían el camino a su paso, dándole calor
a la piedra: orquídeas traídas desde la China, azaleas y bifloras, lirios del páramo,
rosas y margaritas africanas, anturios, cartuchos, azucenas, geranios grandes y
enanos, enredaderas, nardos, bellas de día, novios, pensamientos, dalias, en fin,
multitud y variedad de hermosas flores cuyas semillas eran traídas con mucho
cuidado, desde todas partes para deleite de aquel pequeño rincón del mundo.
En un estratégico sitio del gran jardín interior se construyó un apacible mirador
para los dueños de la casa. De los muros de ella se extendía un tejado transparente
que permitía el acceso de los rayos del sol protegiéndolo de la lluvia y de la humedad.
Plantas interiores lo adornaban dándole vida y cómodos sillones invitaban a
permanecer allí sentados por largos periodos de tiempo.
Muchos animales habitantes de la ciudad y huérfanos del campo, acudieron allí
buscando llenar su pérdida: mariposas, arañas, abejas, avispas y no podían sin duda
faltar los pájaros: colibríes, copetones y mirlos y en general aves que los dueños de la
casa consideraron demasiado vulgares y comunes para habitar solas en aquel
costoso jardín, de modo que en un rincón del mirador se había colocado una suntuosa
jaula dorada, habitación del mas hermoso pájaro que hayamos conocido: un ruiseñor
melodioso arcoiris, variedad destinada a través de los siglos a ser posesión exclusiva
de emperadores. Traído con miles de cuidados desde el lejano oriente, como
complemento del exótico jardín interno de la mansión de la gente bella, de la costosa
gente de mundo.
Hacia aquel rincón, en donde se encontraba ubicada la jaula dorada, dirigieron sus
miradas de curiosidad todas las comunes aves reunidas allí desde tempranas horas
del día.
¿Quién sabe qué ocurrió con el señorito? preguntaban unas mirlos a otras.
¿Quién llegó primero? preguntó alguien elevando su voz para ser escuchado por
todos.
Por un segundo guardaron silencio y una débil vocesita entrecortada dijo: yo.
Los presentes voltearon entonces sus ojos curiosos hacia una rama del manzano
en donde se encontraba parado un pequeño y tímido petirrojo.
Yo llegué primero. Repitió él.
Dinos lo que ocurrió con el ruiseñor, preguntó la sabia lechuza, quien a la hora de
los acontecimientos ya se encontraba durmiendo.
En realidad no sé mucho, dijo él. Llegué aquí con el ultimo rayo de la luna y el
primer rayo del sol. Mis hijos son tan pequeños que aun no saben a qué hora puedo
salir a conseguir su comida y desde antes del amanecer empezaron a piar
continuamente, produciéndome tal desesperación que decidí salir antes a ver que
podía llevarles para calmar su angustia. Volando todavía a tientas, creí ver la cabeza
de una lombriz que salía perezosa de su casa y bajé a buscarla, creyéndome
afortunado por encontrar algo para tranquilizar a mis hijos. Al descender, junto con el
primer rayo de sol, escuché gritar al ruiseñor:
!Voy a vivir!
Él cayó entonces al piso de su lujosa jaula, quedando inmóvil así como lo ven
ahora y en ese mismo instante en que él caía, se levantaba de la rama verde que toca
la jaula, como saliendo de sus hojas, una enorme mariposa con todos los colores del
arco iris en sus alas. Voló por unos minutos, danzando alrededor de la jaula, para
partir después hacia la rama del curazao verde y salmón.
¿Dónde está ella ahora? Preguntó la lechuza al petirrojo.
No lo sé, en unos instantes empezaron a llegar todos acá al jardín y no volví a
verla.
Los presentes guardaron silencio. Con lentitud se dirigió la lechuza hacia el sitio
señalado por el petirrojo y allí encontró posada la mariposa. Tal y como lo había dicho
aquel, era grande y suntuosa, inspiradora de un extraño respeto, que por las
jerarquías de la naturaleza, no produce una mariposa a un ave.
Hace un año, dijo la lechuza, dirigiéndose a la mariposa, trajeron los dueños de la
casa, como toque mágico para este oasis citadino, un animal, pariente nuestro por
pertenecer a la familia de las aves, pero tan exclusivo y fino por su origen que en nada
se parecía a nosotras tan comunes, corrientes y feas.
Oímos comentar alguna vez, que en épocas pasadas era un delito escuchar su
canto, si no se tenia la categoría del emperador y que muchas personas murieron por
atreverse a robar con su oído un sonido suyo que sólo pertenecía al noble humano.
Cuando un príncipe cumplía doce años de edad, recibía como regalo de su
orgulloso padre una pareja de ruiseñores, macho y hembra que con su prole
alegraban el jardín del futuro emperador del poderoso imperio. Pensaban que solo en
esta edad, el joven podía apreciar el melodioso canto que el emperador ordenaba
para él y que le expresaba cuánto se ufanaba el padre por haber tenido un hijo varón
capaz de sucederlo en el trono. Por esta razón, no se permitía a nadie escuchar el
canto de tan digno animal, ni siquiera a la emperatriz cuya femenina condición le
impedía tener el oído adecuado para algo tan exquisito.
Los dueños de la casa comentaban esto muy engreídos. Por este motivo, desde su
ingreso a la magnifica jaula del rincón del mirador, nos dedicamos a observarlo desde
lejos, sin permitirnos acercarnos a ese noble animal y deseando en cualquier
momento, aunque fuera para sentir envidia, escuchar alguna nota de su exclusiva
melodía. Sin embargo, era orgulloso y soberbio, al parecer muy convencido de su
origen y tal vez por eso no se dignó enviarnos muy altos sus cantos.
Mientras nosotros nos dedicábamos a buscar el alimento para nuestros hijos, así
como ha contado el petirrojo que lo hacia hoy desde antes del amanecer, una criada
vestida de negro con una cofia blanca en su cabeza, abría la jaula del ruiseñor todos
los días, dos veces al día, para llenar sus vasijas con fresco alpiste y finas plantas que
nos hacían agua el pico a los aquí presentes. Su piscina estaba siempre llena de agua
limpia y perfumada para el baño y no tenia que tomar del agua sucia, como a veces
nos ocurre a nosotros. Un columpio adornaba su estancia haciéndolo ver mas
engreído cuando se montaba en él y lo que quizá no podremos perdonarle es la
protección que le brindaba su lujosa jaula, mientras nosotros pasábamos aterradores
días y noches huyendo de los hambrientos gatos y protegiendo de ellos a nuestras
desprevenidas y confiadas criaturas. Cuántos de nosotros llegamos un día al nido,
cargado el pico de lombrices y encontramos tan sólo el reguero de plumas o el olor de
los humanos. Pero él, él no tenía problemas por eso ¿verdad que no?
Dinos tú, única poseedora del secreto del gran señor, qué fue lo que en realidad
ocurrió con él. Es un misterio para todos.
La mariposa que permanecía atenta a las palabras de la lechuza, escuchando su
visión del ruiseñor y el concepto que de el tenían los animales allí presentes, quienes
habían hablado a través de ella, permaneció un momento mas en silencio,
reflexionando antes de decir:
Hace muchos días dejó mi madre, en aquella planta que se roza con la jaula, el
precioso tesoro de sus huevos. Pensó en que era el sitio indicado para ello porque lo
presentía resguardado de las aves que gustan de comerlos, del excesivo sol que los
quema y del agua que los pudre durante el invierno. Allí, en aquella verde hoja debían
permanecer durante algunos días sus protegidos hijos, sin embargo, haciendo la
limpieza de la jaula, la criada que mencionaste antes, tumbó sin querer aquella hoja
que cargaba los huevos, con ella se perdieron algunos pero uno de ellos, ubicado en
la base entre la hoja y el tallo, pudo salvarse y permaneció allí pasando desapercibido
para todos.
Una semana mas tarde, salí yo de aquel huevo, sola sin la compañía de mis
hermanos, asustada en un sitio desconocido, el cual debía conocer y adecuar para
preparar mi próxima transformación. Sabía que debía comer mucho para dormir
durante casi dos semanas que duraría mi forzoso encierro, pero también tenía la
seguridad que luego saldría volando a llenarme con el mundo que veía desde allí, con
este que ahora contemplo extasiada. Por estar ocupada pensando en mi futuro, no me
di cuenta de inmediato, cuanta curiosidad había despertado en ese enorme ser alado
que en un silencio igual a su insistencia me observaba desde la jaula. Me puse muy
nerviosa cuando me di cuenta de su presencia, pero mi excelente olfato me permitió
saber que se trataba de un ser sin igual.
Buenos días. Le dije.
No puedo describirles el susto que produjo mi saludo en aquel animal tan grande
como penoso. Una vez repuesto de su sorpresa, con su voz cálida, suave y
melodiosa, se dirigió a mí:
Perdona, te observo desde hace muchos días y a pesar de eso me extrañe al oírte.
Te pareces tanto a esa planta que deseaba saber si eras parte de ella, algo en ti me
decía que no y por eso entonces trataba de descifrar el enigma. Me alegró al saber
que podemos hablar. !Me hace tanta falta tener compañía! Dijo suspirando con fuerza.
¿ Compañía? Le pregunté. ¿Tumbaron también los huevos de tus hermanos?
No. Me respondió. Vine hace un año, traído desde una región muy lejana. Han
dicho siempre, mis antepasados prisioneros que algún día, casi inexistente por su
lejanía, presente tan sólo en la memoria de nuestra genética, cantamos creyéndonos
libres en los jardines imperiales, pero yo nací dentro de una jaula muy grande en
donde permanecí con mis hermanos por algún tiempo. Escuchábamos hermosa
música durante gran parte del día, para que nos decidiéramos a cantar afinando la voz
al compás puesto por los hombres especializados en nuestro cuidado. Teníamos
alimentos especiales para que creciéramos sanos y fuertes con plumas suaves de
vistosos colores y para que de igual forma, pudiéramos tener descendencia numerosa
y también resistente.
Desear poseernos significaba tener dinero en el bolsillo, porque este debía ser
equivalente a los cuidados que se nos prodigaban y al tamaño de la perfección que
buscaban en nosotros. Los dueños de esta casa lo tienen y gustosos han pagado lo
que les han pedido para llenar esta jaula con un ser vivo, diferente a los otros, que
supuestamente debe dedicarse a llenar los espacios vacíos de sus vacías vidas. En
realidad no es mi canto, ni mi color, ni mi dignidad, lo que les agrada, es tratar de
poseer el canto, el color y la dignidad que otros de sus supuestos amigos no tienen
posibilidad de adquirir. Poseer, dominar, ser dueños y amos de alguien es su interés y
mientras mas lejano es ese alguien, mas es su supuesta grandeza y raro poder.
Desde aquel lejano día en el que fui separado de mis hermanos, permanezco solo
y es la tuya la primera voz que se dirige a mi y no hacia si misma, como ocurre con
aquellos que en ocasiones me hablan:
¿Quién es el ser mas lindo del universo? Me preguntan a mí, mientras en su
interior se responden que ellos mismos.
¿Qué quiere el ruiseñor precioso? Mientras se preguntan a si mismos cual podrá
ser su insatisfecho deseo.
Para finalizar siempre diciendo con voz melosa: Te quiero. Repitiéndolo muchas
veces, como si tuvieran una enorme necesidad de convencerse que son capaces de
tener sentimientos como el amor, aunque sea para sí mismos.
En realidad he sentido siempre el eco que tiene su voz, puntualizó el ruiseñor
reflexivo.
He visto otros seres parecidos a ti allí afuera entre las plantas. ¿ No los has visto
tu? ¿ no te hablan, no te acompañan?
!Claro que los he visto! Me respondió entusiasmado, cómo podría ignorarlos. No
sabes cuánta alegría y tristeza me produce verlos. Me alegra su libertad y me
entristece mi encierro. Los veo desde el momento en que la criada destapa mi jaula en
la mañana, saltan alegres por entre las plantas del jardín, cantando a la vida que
existe en él, hablan unos con otros, a veces discuten y se picotean las cabezas,
observan la tierra quietos, atentos a la lombriz que saque primero la cabeza y pronto
sin pérdida de tiempo la toman entre su pico y la llevan a su nido, para nutrir a sus
hijos. Paso horas mirándolos dedicado a tratar de sentir o pensar como ellos.
¿Te hablan o acompañan? Insistí al ruiseñor.
No. Eso no. Soy un extraño para ellos. Creo que ni me han visto. Ellos no entran
por acá, porque ni el sol tiene libertad para llegar hasta mí, incluso él, rey de los
astros, debe pasar a través del techo que filtra su luz.
¿No los llamaste nunca tu?
!Cómo se te ocurre! Casi me gritó. Cómo pedirle a un ser que vuela libre, que se
acerque al encierro de una jaula para compartir la penuria de un preso. Eso jamás. Me
he conformado hasta ahora con vivir de su libertad en mi encierro, por ellos he sido
hasta el momento.
¿Y...tú? ¿Qué haces ahora? me preguntó el ruiseñor
Sentí pena por él. ¿Cómo responder a su pregunta sin recordarle aquello que él
no tenía?
Él pareció entender mi silencio y tal vez mi gesto preocupado. No tengas pena, me
dijo, no he visto jaula para ti y sé que te marcharas algún día, permíteme saber
cuándo y cómo, estar preparado para ello me ayudará a soportarlo.
Esta bien, respondí. Ya viste de dónde vine. Ahora y durante esta semana, debo
alimentarme muy bien con la hoja de la generosa planta que me alberga porque
después, al igual que tu, permaneceré encerrada por otras dos semanas, sólo que yo
misma tejeré mi jaula y ella me protegerá durante ese tiempo para que yo pueda tener
alas, ser libre y volar como los otros seres del jardín. No por mucho tiempo en
realidad, si logro tener tres meses de vida, seré una venerable anciana.
!Tres meses de libertad! Exclamó el ruiseñor, es toda una eternidad para quien
nació preso. Te amo, cantó generoso, te amo, me repitió durante todo aquel día.
Fue una semana extraordinaria aquella en que fui oruga en compañía del ruiseñor,
cantaba todo el tiempo con melodiosa voz, para mi, su única amiga en el mundo,
jugábamos, reíamos y hablábamos permanentemente. Hacia el séptimo día, cuando
despertó, me miró con asombro y guardó silencio. La alegría que me producía su
canto y la dulzura de su compañía, me habían permitido fabricar un fuerte capullo que
para este entonces ya me cubría casi todo el cuerpo.
Me vas a dejar, gritó desesperado. Estar solo sin conocer amigos ha sido algo
terrible, pero estar solo después de tenerte es imposible. Amo la vida del ser libre pero
detesto la vida que tuve antes de que llegaras, jamas regresare a ella. No dijo mas el
ruiseñor. Esta fue su dolorosa despedida para mi, poco rato después quedé guardada
en mi hermosa cárcel.
Estar allí no me impedía sentir la tristeza de mi amigo: no volvió a cantar,
creyéndome sorda a su lenguaje, permaneció quieto de día y de noche, parado en su
columpio, no bebió mas del agua que le cambiaban y no probó el manjar que ustedes
le envidiaban. Pronto, la criada del vestido negro y la cofia blanca, se dio cuenta que
el alpiste permanecía allí en la dorada vasija, que el fino pájaro no tocaba el agua para
beberla y menos para bañarse y dedujo, de manera inteligente, que algo estaba mal.
Temerosa de ser acusada por no tratar bien al orgullo de aquella residencia, avisó a
sus patrones del lamentable estado de su ruiseñor. No faltaron veterinarios ni
consultas en el club de observadores de las aves, todos opinaron pero nadie pudo
obligar al ruiseñor a echar pie atrás en la decisión que con el séptimo día de la oruga,
él había tomado.
De cierto modo me sentía responsable por la tristeza del ruiseñor, sé que fui la
gota que colmó su vaso, pero no por eso me sentía menos culpable por su lamentable
estado de ánimo. Tanto habíamos compartido durante aquellos días que sabía con
certeza cómo se sentía. Teníamos ambos, un lado de la cara de la vida: yo la
esperanza de la transformación, de la vida libre, del alto vuelo y de la luz y él, la
angustia de la desesperanza por el tedio, la opresión, el encierro y la oscuridad.
Es así como esta mañana, con el primer rayo de sol, oí su grito salido del alma:
!Quiero Vivir! y vi como cayendo del columpio, dejaba libre su espíritu que ya sin alas
podía volar fuera de la odiosa jaula dorada, me apresuré entonces a romper mi capullo
y volando ansiosa lo recogí sobre mí.
Llevo en mis alas el color irisado de su plumaje y en mi corazón el éxtasis de la
libertad que él ama y ahora me propongo, durante los días de vida que me quedan,
transportarlo por el mundo de los seres comunes que luchan y disfrutan de su lucha,
porque ella les hace sentir sin duda, que son dueños de sí mismos y que la vida se
agita dentro de ellos.
Por María Isabel González