NO ERA SOLO UN MAL SUEÑO
Se revuelve Juan en su lecho. Cuánto había ansiado dormir...un día lleno de
ajetreo lo había rendido de cansancio.
Ahora, por fin, descansaba.
De repente, un mal sueño decidió hacerle compañía. En un momento se vio
convertido en una mesa. Más no una mesa cualquiera. No señor. Una
importante mesa de bar.
"Bar El Gran Reposo", alcanzaba a leerse desde el sitio en donde lo habían
ubicado.
Nadie cerca. Más mesas, sillas, un mostrador, muchas botellas y copas
esperaban el ingreso de los clientes.
-!Cómo me duele mi pata! Pensaba. Algo raro le ocurre, pero no alcanzo a
ver de qué se trata...
!Hey! !Quién anda por ahí! Por favor, necesito a alguien que pueda ayudarme...
Mi pata. Me duele mi pata y no sé qué ocurre...
Silencio.
Luego de algunos segundos, entró una mujer, tras ella un hombre.
Ningún saludo. Una palmada en la cola, un corto pero agradable !ay! y un "a
trabajar nena".
Más silencio.
Pusose a trabajar pacientemente la mujer. Limpiaba las mesas. Pero cada
movimiento de su brazo iba mezclado con un pensamiento...
Al llegar a Juan... se sentó colocando sus codos sobre él y tomando su rubia
cabeza.
-Es mi oportunidad...Ella puede ayudarme. Se dijo Juan.
-Señora...
Silencio.
-Perdón señorita...
Silencio.
-Por favor necesito hablarle...
Silencio. Ni se oye ni se habla a una mesa...
- Una noche más, decía en voz baja la mujer. Clientes y más clientes que
entran y salen de acá. Quien me ve tan compuestica ahora, no creerá cómo
saldré al amanecer... Duro, muy duro mi trabajo. Quién fuera como esta mesa,
dura, fría, sin pasiones ni sentimientos...
Y mientras así hablaba, con su larga uña rayaba la mesa.
- Por favor niña, señorita o señora. Me hace cosquillas...
- Maldita sea. Prosiguió ella. Quién me mandó a meterme con ese
irresponsable del care cholo, ahora viene mi tercer hijo y el muy sinvergüenza
perdido...
- Por Dios niña, señorita o señora, me duele, me araña usted muy duro. No
soy care cholo...
- !Que los mil diablos se lo lleven! Y dando un puñetazo en la mesa, se paró.
- Me voy. Decía Juan. Me voy. Mas no podía irse. Sus paras estaban
aferradas al piso del bar El Gran Reposo. Una gran cadena ataba su adolorida
pata a una argolla enclavada en el piso.
- Mirta... Alístate que llegan los clientes.
Oyó que gritaba el cantinero.
- A ver muñeca, la cara sonriente.
Efectivamente, en poco tiempo empezaron a llegar personas y con ellas sus
miserias. Un día menos en la vida, un día más en la tristeza...
Tres hombres se dirigieron hacia Juan. Quitándose abrigos y sombreros se
sentaron a su alrededor. Uno de ellos sacó una gran pistola que lógicamente
depositó sobre la mesa.
- Me gusta tener a la mano a mi muñeca, uno nunca sabe qué puede pasar.
Dijo el hombre.
- Por Dios señor, retire eso de mi espalda. No lo soporto, me da pánico...
En vano gritaba Juan, la pistola siguió allí...
- Cantinero, trago para mi mesa, gritó el mas grande.
Empieza entonces una locura de bebida, mujeres, maldiciones...Borrachera
interminable, patadas para la mesa, puñetazos, licor que se derrama...un
hombre que se le sube encima...
Esto colmó la taza.
Todo para Juan fue una sola confusión, el mundo empezó a girar a su
alrededor y bajo el peso de aquel hombre que lo aplastaba, perdió el
conocimiento.
Poco tiempo después, despertó. Pensó en aquel terrible sueño y miró a su
alrededor...pero...el desdichado Juan no se hallaba tampoco en su cama. Su
casa era...un inmenso, oscuro y frío guardarropas.
- Dios, qué alegría, puedo moverme...
- Qué raro, no extraño la luz, no la necesito...me siento bien...
Empezó Juan a investigar en qué lugar se hallaba. Sentía que su andar era ágil
y fácil. No tenía obstáculo alguno. No le resultaba difícil pasar por entre las
cosas, ir y venir era realmente muy fácil.
Sintiose entonces invadido por una extraña pero agradable sensación y al
observar a lo lejos un rayito de luz que se colaba por entre la puerta, decidió
averiguar en dónde se había despertado.
- Cuánto polvo. Pero, qué extraño, no estornudo...¿será que se acabó mi
alergia? Bueno, algún día tenía que ceder ante los tratamientos de mi buen
doctor...He invertido tanto para curarla...
Mientras así pensaba, alcanzó el rayo de luz...Por fin afuera, ahora vería su
casa.
No, no era su casa. Posiblemente la de algún amigo.
Caminar, inspeccionar, oler, tocar...largo rato transcurrió entonces.
Hallabase en estas cuando de pronto, un alarido terrible...Una mujer se veía
histérica. No la conocía pero pensó en ayudarla y salió corriendo hacia ella.
- ¿En qué puedo servirle? ¿Qué le ocurre? Preguntaba Juan asustado.
- Por Dios señora, compostura, no veo nada que pueda asustarla de esa
manera. Permítame ayudarla, decía Juan.
- Una cucarachaaaaaaaa... se los suplico, quítenmela de aquiiiii....
- ¿Cucaracha? ¿En dónde? Preguntó Juan. Si me permite su zapato y me
dice en donde se encuentra, yo se la mato, tranquilícese. Y diciendo esto se
dirigió hacia la silla en donde estaba parada la histérica señora.
- Corraaaannnn...la cucaracha viene hacia mi y quiere matarme...corran que
me voy a desmayaaar...
No tuvo Juan ninguna oportunidad para decir nada. Un hombre entró de
repente y dirigió su zapato contra él. Sin pensar por qué, emprendió veloz
carrera. Evitar que lo golpearan era más importante que ayudar a la dama.
Afortunadamente era tan ágil como antes. El baño estaba cerca... entró
corriendo y se encontró frente a frente con la temida cucaracha.
Un espejo reflejaba su imagen.
Aterrado miraba aquel espejo, cuando sintió un terrible dolor en la cabeza. Era
como si alguien más fuerte que él lo levantara asiéndolo por el pelo. De pronto
se encontró con la curiosa cara de un niño que sonriendo con picardía lo
miraba.
- ¿Por qué asustaste a mi mamá, pequeña tonta. No te das cuenta que a
pesar de ser pequeña y tan insignificante, casi arrancas su corazón?
Ya para qué hablar. Juan se sentía exhausto. Para ese entonces nada peor
podía sucederle. Sumiso, guardó silencio.
- ¿Sabes?... prosiguió el niño. No tengo miedo como ella.... Eres tan
pequeña.... Y soltando sus antenas la tiró dentro de un frasco.
Pasó allí interminables horas. Necesitaba espacio, aire... Empezaba a sentir
que se ahogaba cuando vio nuevamente la cara del niño que lo miraba a través
del vidrio. Pero no estaba solo, cuatro ojos más hacían lo mismo, dos bocas
más gesticulaban y reían.
Quieto Juan en un rincón, esperaba...
El niño tomó el frasco en sus manos, quitó su tapa y cogiendo nuevamente a
Juan por sus antenas, dijo:
- Ahora sí muchachos, a estudiar la anatomía de la cucaracha, manos a la
obra.
Nada más pudo oír, una mezcla de dolor y espanto llamada muerte, le impidió
hacerlo...
No se sabe cuánto tiempo transcurrió después...Sudoroso y cansado despertó
Juan, de nuevo en su lecho.
Aterradora noche aquella que había tenido. Pero más aterradora aún seguiría
siendo su vida porque Juan sabía que mientras la tuviera no dejaría de ser la
misma mesa del bar El Gran Reposo o la infeliz cucaracha despedazada por
aquel simpático niño.
Por María Isabel González