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MEDIACIÓN Y CUIDADO DE LOS VÍNCULOS FAMILIARES Y SOCIALES

TERCER CONGRESO INTERNACIONAL DE CIENCIAS SOCIALES – METODOLOGÍAS PARA EL DIÁLOGO SOCIAL UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA


BUCARAMANGA – ABRIL 28 A 30

María Isabel González


INTRODUCCIÓN


Colombia ha sido reconocida históricamente como uno de los países con
mayores índices de violencia. El conflicto armado es quizás uno de los
responsables de ello (20%) pero también se presenta en la vida diaria de los
colombianos, bajo la forma de violencia intrafamiliar, riñas, accidentes de tránsito,
etc. (80%)1. Los índices de pobreza, desempleo, inequidad, falta de oportunidad,
etc., son francamente representativos de esta violencia generalizada y ello se
refleja claramente en cada uno de los elementos de la sociedad; por supuesto, en
gran medida en la familia colombiana que es el receptor de tantas injurias y
dificultades que supone vivir en un medio de conflicto, como este.


Por lo anterior, el hogar del colombiano puede ser un contexto al que se
extiende el conflicto, hasta el punto de establecer un círculo vicioso,
autogenerador de conductas violentas. Esto permite que haya situaciones de
abuso de poder, de maltrato físico y psicológico, denominadas “violencia
intrafamiliar”. Su presentación es tan heterogénea como su etiología y en el
momento histórico actual, puede observarse la evidencia de un perfeccionamiento
extralimitado de las conductas violentas, lo que se constituye en una alarma para
iniciar una verdadera búsqueda de soluciones; de alternativas viables y confiables
.


1 De acuerdo con datos suministrados por la Policía Nacional Colombiana
que aumenten la probabilidad de intervenir eficazmente sobre este fenómeno
socialmente destructivo.


Si la familia ha sido considerada históricamente como la estructura, cimiento
del inicio, éxito ó fracaso de la sociedad, las predicciones de fracaso en el
establecimiento y logro de objetivos, son francamente altas en condiciones de
violencia tales como las que se viven actualmente en Colombia. No es posible que
un ser humano se estructure en las pautas de la ética civil cuando hay tales
niveles de agresión y de violencia ambientales.


Por esta razón y porque considera urgente la intervención y el aporte de la
Psicología, la universidad del Rosario ha creado su Programa de Psicología con
un énfasis social y Conjuntamente con la Universitá Cattolica del Sacro Cuore de
Milán, una Maestría en Mediación Familiar y Comunitaria que por primera vez se
plantea desde Psicología y no desde el ámbito jurídico, con importantes
implicaciones respecto al proceso de mediación y a los logros que con ella se
obtienen.


En términos generales podemos decir que la mediación es un proceso en el
cual una tercera persona, llamada mediador, asiste a las partes implicadas en el
conflicto hacia la negociación y la toma racional de decisiones. El mediador dista
de tener poder coercitivo sobre las partes y por consiguiente, no impone, ni juzga,
ni arbitra, ni aboga por ninguno de ellos. La mediación, ha sido históricamente,
una estrategia utilizada por juristas y la negociación y la conciliación por juristas y
por jueces en las cortes. La primera con un carácter privado y las otras dos con un
carácter público y legal.


Desde la década de los setenta, se han destacado los méritos de procesos
alternativos para la resolución de conflictos, específicamente la mediación familiar
y comunitaria, por lo que ella se ha venido incorporando cada vez con mayor
ahínco en diferentes escenarios.


Se ha demostrado que diversas culturas han intentado incorporar la mediación
a sus prácticas de resolución de conflictos. Es el caso de Latinoamérica, Asia y
África. Otros países como Japón, tienen una amplia trayectoria en la utilización de
estrategias mediacionales. De hecho, la restauración o en su defecto, la creación
de la armonía entre las partes, favorece mejores relaciones y permite por
consiguiente, continuar asumiendo responsabilidades compartidas.


EL MODELO RELACIONAL SIMBÓLICO DE MILÁN


La mediación familiar y comunitaria constituye, desde hace mas de diez años,
un sector de estudio, de investigación y de formación de un grupo de estudiosos
del Centro de Estudios e Investigaciones sobre la Familia de la Universidad
Católica de Milán, que trabajan en el proyecto y la conducción de cursos para
Licenciaturas Especializadas y en la realización de un Master universitario de
segundo nivel.


En estos años han desarrollado un modelo de mediación (Marzotto, 1999;
Bramanti, 2001; Tomisich, 2001; Cigoli, Scabini, 2003; Tamanza, 2003) gracias al
atento trabajo llevado a cabo en el sector científico y operativo y al dialogo con
psicólogos y sociólogos, italianos y extranjeros, poniendo especial atención al
tema de la generatividad, familiar y social, que explicaremos más adelante. El
horizonte teórico «relacional» es el que utilizan para observar y/o intervenir en las
relaciones familiares, comunitarias y/o sociales y ha sido su punto de partida para
tratar de construir un modelo de mediación que - como todos los modelos – está
constantemente sometido a la verificación empírica. Es un modelo que sufre
muchas contaminaciones, resultado del aporte de una considerable red de
contactos con varios centros de mediación en Italia y en el extranjero.


Trabajar sobre los procesos de mediación ha dado la posibilidad de ampliar la
investigación sobre cuestiones fundamentales de las familias y en general de las
2 Los mediadores profesionales trabajan directamente en el Servicio de Psicología Clínica para la Pareja y la Familia (dirigido por el Prof. Vittorio Cigoli) y en el laboratorio de Investigación sobre los Procesos de Mediación (dirigido por la Prof.ra Giovanna Rossi) de la Facultad de Psicología de la Universidad Católica de Milán.

3 El Master en «Procesos de mediación familiar y comunitaria» contribuye a la oferta formativa de la Alta Escuela de Psicología «Agostino Gemelli», dirigida por el Prof. Vittorio Cigoli y la Prof.ra Giovanna Rossi. 


4 Los resultados más recientes de la reflexión se presentaron durante el Congreso Internacional «Regenerar las relaciones. La mediación en las relaciones familiares y comunitarias», que tuvo lugar en Milán el 5 de febrero de 2004, y han sido publicados en el volumen n°20 de Estudios interdisciplinarios sobre la familia (Scabini, Rossi, cuidado por, 2003).


5 Se está haciendo referencia a la red de intercambios realizada por los miembros activos del Instituto Kurt Bösh de Sion, gracias a la cual se ha podido realizar un master europeo en mediación.


Comunidades sociales. De hecho resulta siempre más evidente que lo que está en
juego, es la capacidad para crear una forma compleja de ciudadanía, que pueda
reconocer la multiplicidad de las afiliaciones y de la lealtad y gracias a ello, pueda
tolerar un nivel muy elevado de diferenciación, sin perder la atención a la
integración.


El riesgo de fragmentación o de conflictividad permanente parece caracterizar
en manera difusa la casi totalidad de relaciones conocidas. Desde un punto de
vista relacional, el conflicto interpersonal incorpora siempre, la experiencia de
estar en una condición de contraposición entre la satisfacción de las necesidades
del individuo y las que la otra parte reclama como suyas y además, la necesidad
de buscar una tercera solución, que, superando la polarización simple, abra a la
posibilidad de una operación creativa (generativa), seguramente compleja, pero
que al mismo tiempo permite no echar a perder el sí mismo, el otro y la relación.
Es evidente que no se puede llegar siempre a este resultado, esta
disponibilidad no se puede generar espontáneamente, sino que exige que en las
diferentes «comunidades de afiliación» - territoriales, étnicas, de sentido, de
trabajo - haya un proceso de elaboración que permita captar el universal «común»
en detalle (el otro concreto) sin la pretensión de producir una unidad sincrética,
que terminaría cancelando todas las diferencias.


Llevar a salvo la afiliación después de un conflicto o una ruptura, se puede
considerar la misión de las intervenciones de mediación en la familia y en la
comunidad.


Este proceso, que es esencialmente simbólico, absorbe individuos y grupos en
la difícil tarea de distinción y conexión que muchas veces no consigue realizarse
sin utilizar instrumentos adecuados.


Como si los conocimientos que cada uno domina se revelaran insuficientes
para enfrentarse a la complejidad de la situación, a menudo el resultado es un
fracaso del que uno se siente más victima que artífice. Se asiste, impotentes, a la
degeneración de los conflictos en peleas exasperadas que paralizan los
organismos que deberían tomar decisiones, no obstante, los individuos sean
competentes y adecuadamente preparados.


La practica de la mediación en ámbito familiar y comunitario constituye
entonces una posible respuesta a la necesidad de todo individuo social, de ver
reconocida su propia identidad a través de la experiencia de la existencia de la
relación con el otro/los otros, incluso en la emergencia del conflicto, presente en
las relaciones sociales.


Marzotto y Tamanza proponen cuatro variables que pueden orientar
especialmente en la investigación y que aquí podemos utilizar para seguir en esta
exposición sobre la mediación: 


a. la reflexión teórica sobre la familia, que se encuentra detrás del modelo de
intervención y formación;


b. la puesta en juego;


c. el papel del mediador


d. los criterios de mediabilidad que dirigen la práctica del mediador


La reflexión teórica sobre la familia


Todos los autores llaman mediación familiar a la práctica en la que un tercero
favorece la realización de acuerdos entre una pareja en conflicto, sin embargo,
algunos operan sobre el conflicto, sin tener una representación análoga de la
familia y no todos persiguen los mismos objetivos. Hay mediaciones integradas, en
donde un experto psicosocial se coloca junto con un experto del derecho,
dividiendo los objetos de la negociación de tipo educativo, de aquellos de tipo
económico con una imagen dividida de lo familiar, como lugar en donde se
satisfacen los afectos, distinto del lugar en donde se defienden los derechos.
Para los “mediadores transformadores”, existe una familia “sana” hacia la cual
conducir a las familias “un poco enfermas” que necesitan la mediación. Por
ejemplo, aquellas familias que actúan conflictos destructivos, que hacen sufrir a
los hijos usándolos como mercancías para intercambio; o familias que aún sin
 definirlas como patológicas, se consideran en riesgo y por eso no se confía en ellas para dejar en cabeza de los padres, el poder sobre el bien de los hijos. Este tipo de mediadores, que a menudo provienen de la práctica terapéutica, sobredimensionan la mediación, asignándole una finalidad curativa, esperan de
los padres una “transformación” del funcionamiento personal y de pareja, o por lo
menos, en la calidad y en la cantidad de las relaciones padres-hijos. Respecto a
esto es importante decir que la mediación puede aspirar a un efecto terapéutico
indirecto, pero sin pretenderlo. Es una intervención clínica, que se encaja antes,
después o durante un verdadero trabajo terapéutico, pero no coincide con él8.
A su vez, el horizonte relacional-simbólico es una forma de construir un
paradigma que ofrezca líneas útiles para organizar la investigación sobre las
relaciones familiares e intervenciones sobre estas relaciones en términos clínicos
y sociales.


Se cree fundamentalmente en el valor del vínculo, de las relaciones como el
origen de la mente y en que la persona es un haz de relaciones biológicas,
histórico culturales y familiares, entendida en sentido generacional y de
intercambio entre más generaciones.


La familia es una estructura que organiza relaciones, que conecta y vincula
entre ellas las diferencias originales y fundamentales del ser humano, entre
géneros (masculino y femenino), entre generaciones (quien genera y es generado)
y entre estirpes (genealogía materna y paterna) y que tiene como objetivo
intrínseco la generatividad. Esta no se entiende como reproducción sino como
generación de mentes-personas que se ofrecen al mundo de las relaciones
sociales. La capacidad para generar, diferencia al ser humano de las otras
especies, en la medida en que permite a dos personas provenientes de culturas
diferentes, con las herramientas que se han generado dentro de ellas, crear una
nueva cultura propia, que lleva impresas sus características.


La familia es por lo tanto, un encuentro entre estirpes e historias de vida
atravesadas por necesidades, sistemas de valores, tensiones, ideales, conquistas y fracasos de sus miembros y justamente por su naturaleza, orientada a conectar diferencias, es por esta razón, que en su estructura de base, está marcada desde su origen por el conflicto o por el drama, como prefieren llamarlo Cigoli y Scabini. 


La generatividad es el resultado del buen funcionamiento de tres principios que
caracterizan lo familiar: organizativo, simbólico y dinámico.


Principio organizativo: califica la identidad de la familia, es el organizador
relacional con la tarea de mantener juntas las diferencias del humano,
potencialmente conflictivas. La generatividad familiar se realiza en la medida en
que sus miembros logran tratar y gestionar productiva y positivamente, la
diferencia entre géneros, generaciones y estirpes, es una tarea que reúne cada
vez más personas y más generaciones y que se representa en cada nuevo
nacimiento. Dentro de este esquema, la pareja representa la posibilidad de un
nuevo nacimiento de los vínculos y ejerce la función de mediación frente a las
estirpes anteriores. Cuando la pareja no logra funcionar como dispositivo de
mediación generacional, resulta un espacio caótico que conduce a la inhibición de
la generatividad y en este caso fracasa también la mediación frente a lo social.


Desde el punto de vista familiar, el paso más importante que debe dar la pareja
respecto a las generaciones anteriores, es la adquisición de poder paternal y el
ejercicio de su función, jugándose su identidad. La relación conyugal y paternal,
significa un nuevo nacimiento de relaciones y una verdadera mediación, si la
pareja sabe distinguirse de las generaciones anteriores y si sabe tener una
posición de continuidad innovadora, reconociendo y transformando el patrimonio
recibido.


Los peligros en la ejecución de la distinción están en la contra dependencia de
la pareja en la que ella se coloca distante y diversa de las familias de origen, como
si fuera un inicio absoluto, sin raíces y sin orígenes, impulsando a los hijos a vivir
relaciones aisladas y rencorosas. El otro peligro, lo constituye la pasividad de la
pareja que se deja englobar en las dinámicas de posesión de una u otra familia de
origen sin ejercer su rol mediador e impulsando a los hijos a vivir relaciones
confusas e indistintas.


Principio Simbólico: Es la característica específica de la generatividad, su
sustento, es la estructura latente del sentido que sujeta y da linfa a la relación
entre géneros, generaciones y estirpes. Símbolo es lo que vincula y conecta
partes diferentes entre ellas.


Las cualidades básicas que califican las relaciones familiares son afectivas y
éticas. Constituyen la estructura que soporta la relación de pareja (lo conyugal), la
relación padres-hijos (el parentesco) y la relación entre las estirpes (lo generacional). El afecto implica la presencia del otro que impacta y suscita emociones, es por su naturaleza relacional, califica la relación y la provoca. La ética regula la relación en la medida en que representa el querer y deber de
respetar el valor de la relación.


Las cualidades simbólicas son: Confianza, esperanza y justicia.


Confianza: Es la fuerza constitutiva del desarrollo humano y el elemento
fundamental para la constitución de la relación social. Sólo el crédito de confianza
frente al otro, puede producir acciones cooperativas.


Esperanza: Expresa una tensión relacional, una espera, algo que se proyecta
en el tiempo, un augurio y una promesa de bien que coincide con el positivismo de
la vida. Es solo en un clima de esperanza y de confianza que las personas,
adultos y niños, pueden desarrollarse, proyectar, tener el deseo de conocer y de
invertir afecto y energía en el otro. La esperanza es una reserva de la estructura
familiar, con la que puede contar en sus transiciones críticas y a la cual puede
acudir en los momentos de prueba.


Confianza y esperanza, expresan el polo afectivo de las relaciones familiares y
son una virtud.


Justicia: Preside los intercambios, se aplica a las acciones y a los agentes de
las acciones. Es una idea reguladora que dirige al actuar de las generaciones anteriores y de una justicia retributiva, dada por el balance entre dar y recibir en el cambio generacional. Estos autores subrayan también la lealtad, como un compromiso preferencial frente a las personas a las cuales se
está ligado por un vínculo primario.


Así como la confianza y la esperanza se constituyen en el polo afectivo de la
relación familiar, la justicia y la lealtad, conforman el polo ético. La presencia de
los dos polos orienta y regula los afectos y al mismo tiempo introduce al frío
aspecto de la justicia, el aspecto erótico y del amor.


Principio dinámico: Se refiere a la dinámica que mueve las relaciones familiares,
entre géneros, generaciones y estirpes, nutridas por la confianza, la esperanza y
la justicia, que circula dentro de acciones específicas que se conectan unas con
otras (relaciones), identificadas como dar, recibir e intercambiar. La generatividad
en este caso, es el producto de un movimiento circular entre dar, recibir e
intercambiar. En este caso se da la degeneratividad cuando el movimiento se
rompe y se detiene, cuando se da sin conciencia de recibir o sin impulso para
intercambiar.


Se da, no solo para recibir, sino para que el otro de a su vez y esto es posible
si actúa un proceso de identificación con la fuente del don y se interioriza el
patrimonio. Para transmitir la vida física y psíquica a una nueva generación, los
jóvenes padres deben haber tenido la posibilidad de identificarse como hijos con
fuentes benéficas representadas por los padres o por figuras de la familia
ampliada.


El intercambio en las relaciones familiares consiste en dar-ofrecer al otro
aquello de lo cual tiene necesidad, lo que se sostiene con la confianza y
esperanza de que el otro intercambiará un equivalente simbólico en el momento
oportuno, lo que supone que la restitución, puede darse en el transcurso de las
generaciones sucesivas y como participación en el mundo social y comunitario y
no necesariamente en el transcurso de la vida individual.


La puesta en juego 


A partir de todo lo expresado anteriormente, se deduce que el paradigma
relacional simbólico, le asigna a la mediación familiar, la función de instrumento
idóneo para el cuidado de los vínculos de pertenencia, indispensables para la
salud de las relaciones. Este recurso que se ofrece tanto en los servicios públicos
como privados, hace manifiesta una preocupación del cuerpo social, en la
confrontación con el cuerpo familiar; absuelve la necesidad de ritualidad de la
pareja en el momento de su división; es una señal visible con la cual la comunidad
responde a una necesidad de continuidad, más allá de la disolución conyugal,
presente, a veces de manera no consciente, en todos los miembros del grupo
familiar (padres, hijos y abuelos), también en esas personas que toman la iniciativa de marcharse.


Es como una señal tangible con la cual la comunidad se entromete
positivamente - con su “mensajero” - en los asuntos de la familia, reconociéndole
su función fundamental en la construcción de la identidad de sus miembros,
permitiéndole desarrollar su función generadora, aún a través del esfuerzo y del
sufrimiento del divorcio. Es importante subrayar que, en el sufrimiento propio de
esta transición, no se debe intercambiar el dolor y el sentido de pérdida como una
incapacidad, irresponsabilidad o patología. El mediador introduce la voz de la
continuidad de los vínculos familiares, junto con la libertad de elección, enfatizada
por el sistema jurídico y cultural, de este modo, la mediación familiar puede verse
como un recurso para las familias puestas a prueba por el evento paranormativo
de la separación, en cuanto facilita la superación de la “crisis” justamente por la
fuerza de los vínculos intergeneracionales. Estos son los riesgos, pero como tales
pueden girarse y llevar a la familia hacia una nueva organización relacional,
respetuosa de las diferencias sexuales, de generaciones y de estirpes.


Respecto a la colocación de la mediación, dentro de servicios para la familia o en estructuras
especializadas, el equipo del Centro de Estudios e Investigaciones sobre la familia, inició en mayo de 2003, un censo nacional que aún está en curso, a través del envío de un cuestionario estructurado a cerca de quinientas realidades que desarrollan actividad de mediación. El objetivo de esta investigación es determinar características cuantitativas y cualitativas de este recurso y cuáles son los modelos de operación más difundidos.


 El término “profesional”, indica a aquel que profesa, es decir, aquel que da testimonio de un valor, por
cuenta de otro, en este caso por cuenta de la comunidad social y de las otras familias.


Con muchos mediadores, se comparte el objetivo de la mediación como una
ocasión para tomar el camino del reconocimiento de la cuota de responsabilidad
en cabeza de cada uno de los padres, del reconocimiento del valor del otro y como
un “nuevo momento público”, ritualizado socialmente, como se afirmó antes, en el
cual ponerse de acuerdo sobre el modo de desarrollar el compartir, la difícil tarea
del intercambio de dones entre las generaciones.


El papel del mediador En el modelo relacional simbólico, el mediador juega un papel inspirado en la
valoración de los vínculos entre las generaciones y entre las estirpes, por tal
razón, dedica mucho tiempo y espacio a la exploración de la naturaleza de los
vínculos entre padres e hijos, entre hijos y abuelos, entre estirpe materna y estirpe
paterna, utilizando también instrumentos gráfico-simbólicos del equipo
metodológico que proviene de la investigación o de la terapia de pareja. El
mediador (a menudo trabajando con un colega) le suministra un espacio a las
personas para “mover la mente” como dice Cigoli (2003), para prefigurar con los
padres y con las madres, escenarios futuros alrededor de los posibles fines del
pacto y en las diferentes modalidades, para poner a salvo el vínculo.


Además, dado que el objeto de la negociación son todos los bienes familiares,
hijos y patrimonio mueble e inmueble, su papel lo jugará haciendo que los
presentes expliciten el significado simbólico de los mismos. Interpelará a fondo a
los padres sobre el sentido que le atribuyen tanto a las relaciones que se juegan,
como a las “cosas” alrededor de las cuales se construye el conflicto con todo su
valor dinámico (la casa, el mobiliario, los lugares en dónde los niños pasan las
vacaciones, las personas presentes en las acciones rituales, etc.)


Criterios de mediabilidad


En el modelo relacional simbólico, la evaluación de la mediabilidad no está
codificada de manera precisa, puesto que se cree que la propuesta hecha a los
individuos solos y después a la pareja en las entrevistas preliminares, es renovada
en cada encuentro y la experiencia adquirida dice, que si los pactos son claros y
se da a ambos padres el tiempo suficiente para expresar sus expectativas y
motivaciones, las personas sacan el trabajo adelante, sin necesidad de someterse
a un diagnóstico preliminar ni a un pago anticipado. Una prefiguración de aquellos
que serán los temas más calurosos y los resultados futuros, será hecha por un
mediador experimentado, desde los primeros momentos del encuentro, sin
embargo, cualquiera que sea el resultado posible, se le ofrece a cada uno la
posibilidad de completar el trayecto que es factible para él, de “transitar” por la
mediación, para acceder a una nueva organización familiar, pero también a un
lugar más congruente en donde continuar la obra emprendida.


En síntesis, podemos confirmar dos elementos fundamentales:

a) que la mediación como proceso extrajudicial, vale la pena para todos, adultos y menores
comprometidos en la escena del divorcio y que no se trata sólo de una vía que
beneficia a los hijos;

b) que ser padre ya no es un hecho natural, sin embargo, que después de la separación, aquello que antes se hacía instintivamente, necesita en cambio, mucha más conciencia y reflexión personal y de pareja, razón por la cual es oportuno, ofrecer a padre y madre un tiempo y un espacio para comenzar a resolver dentro de un “trayecto protegido”, esta nueva tarea vital para sí mismo y para los otros.


CONCLUSIONES


Con lo anteriormente expuesto es posible reconocer la importancia de esta
propuesta de formación y de ejercicio de la mediación familiar y comunitaria que
surge desde el área de la Psicología y no desde el derecho. Esto tiene profundas
implicaciones en muchos niveles porque significa, entre otras cosas, el
reconocimiento de que detrás de los bienes familiares y comunitarios, existen 
necesidades que los superan y todo un sistema de valores, creencias, tensiones, pactos, etc., que provienen de lugares que no es posible ignorar si se desea, primero lograr acuerdos permanentes y segundo proteger los vínculos y la afiliación, manteniendo o restaurando la confianza, la esperanza y la justicia, para
continuar generando positivamente y en un sentido amplio, desde lo personal, lo
familiar y lo social.


Hemos tratado especialmente lo que se refiere a la familia porque todo lo que
allí se presenta, determina, es determinado y se refleja en lo comunitario y es
importante conectar todo esto para entender la ruptura de los vínculos, la falta de
capacidad para generar y la dificultad para resolver los conflictos, que hoy nos
caracteriza como sociedad.

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