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LA CREACIÓN

Se hallaba sentado un día, en el cálido suelo de su casa, el señor don
Zentropio, llamado cariñosamente Zen.


Nada había en ese entonces sobre la tierra, aparte de él y otro ser, aunque
diferente, tan grande como él.


! Qué aburrimiento ! Pensaba Zentropio. Nada que hacer, nadie para
entretenerme. Malos pensamientos que entran y salen de mi cabeza sin ningún
otro ser viviente con quien compartirlos. Claro que tengo a mi vecino de arriba.
Pero con él...ni intentarlo...! Es tan mojigato !


Ensimismado don Zentropio en sus propias cavilaciones, no se dio cuenta de
la aparición de un emisario. Vengo a ti por órdenes superiores. No me mires ni
me hables. Sólo escucha. Tengo éste mensaje para ti:


Universo, día -3, año -3


Yo, señor Atropio, dueño del universo, he decidido poblar el espacio. No es
bueno permanecer tu y yo solos por más tiempo. De ser así, podríamos
confundirnos y es necesario conservar nuestras distancias.


Tengo un estricto plan para la creación, pero, como es bien extenso no
alcanzo a cumplirlo todo. Debes ayudarme. El plan es el siguiente:
Primera etapa: Atropio creará los cielos y la tierra, los astros y planetas, las
nubes, montañas, lagos y lagunas. Tú Zentropio, te encargaras de los
fenómenos. Pon tu imaginación a funcionar.


Cuando todo esto se haya hecho recibirás nuevas instrucciones.
Dile a tu señor que he comprendido bien y que muy agradecido estoy por mi
misión.


Muy atareado estaba Atropio creando y mientras tanto, Zentropio
observando. Parecía aquel un sublime artista lleno de belleza, forma y colorido.
Cuatro días después , sentose Atropio a disfrutar su bello panorama: luz y
color por todas partes, un sol radiante de belleza, rojas flores, verdes pastos,
azules cielos. Un festín para los sentidos...


De pronto, todo empezó a oscurecer.


¿ Qué ocurre ? Gritó Atropio asustado.


Hago mi trabajo, vociferó Zentropio.


No hay luz sin oscuridad, no hay calma sin ruido, no hay quietud sin
movimiento, no hay sí sin no, no hay vida sin muerte, no hay Atropio sin
Zentropio. Cállate y déjame proseguir con mi trabajo.


Tiene razón... Pensó Atropio. Fui yo quien lo llamé . Sólo deseo que no dañe
del todo mi obra.


No. No fue así. Quedaron a mano; al día lo siguió la noche, a la calma siguió
la tempestad, el desbordamiento de los ríos, el terremoto...


Se divertía Zentropio con su obra, cuando de nuevo apareció el emisario.
Universo, día -2, año -2


Yo, señor Atropio, dueño del universo, te convoco a proseguir. No tan duro,
por favor, es mi recomendación. Sé lo difícil que es para ti mantener la calma,
pero inténtalo.


Segunda etapa: Es el deseo de Atropio formar criaturas vivientes, para que
surquen libremente los cielos, corran por el campo o naden bajo el agua. No
quiero ahora que funcione tu imaginación , la experiencia pasada fue
desastrosa. Siéntate y según lista anexa fabríca tu los animales que allí se te
indican.


Está bien, repuso Zentropio, ve tranquilo, di a tu señor que se hará como él lo
desea.


Pasaron días y más días en que sentado Atropio en su taller, fabricaba con
todo empeño sus lindos animales.


Artesano de artesanos, belleza incomparable.


Considerando que al darles su vida podrían reproducirse, creó una pareja de
cada especie y soplándolas con todo su cariño, las ponía sobre la tierra para
que disfrutaran de ella.


Mandó primero unas blancas y primorosas ovejas y mientras ellas
tranquilamente pastaban, él siguió trabajando...


Mandó después un lindo gallo y una graciosa gallina, luego un cervatillo y su
compañera, un conejo y su coneja, un pájaro y su pájara y una pareja de
hermosos pececitos dorados.


Mucho empeño puso en un par de animales de mediana estatura, adornados
con rayas blancas y negras, a los cuales dio el nombre de cebras.
Como ya era número suficiente, salió Atropio de su taller para mirar cómo se
divertían los animalitos cumpliendo sus deseos.


¿ Qué ocurrió acá ? Gritó enfurecido. ¿ Dónde están mis bellas criaturas ?
No tengo la culpa. Gritó Zentropio. Puse un poco más de esfuerzo en mi
trabajo y ya ves, mi lobo llegó con hambre y se comió tus ovejas, mi zorro se
comió tus gallinas, mi perro tus conejos, mi león tus cervatillos, mi tigre tus
cebras y mi tiburón tus peces. Pero no te aflijas, ahí siguen tus pájaros, aún no
termino lo encomendado.


No podía sentir ira Atropio, pero sí se sentía muy indignado. Un remedio
debía poner.


Se sentó pacientemente en su taller y fabricó de nuevo sus bellos animales.
Creó además nuevas especies dándoles a todas la facultad de reproducirse
rápidamente, además proporcionó a algunas la manera de defenderse de sus
agresores, aunque sólo fuera dándoles la oportunidad de esconderse con
facilidad. No era su misión propiciar la guerra... Él amaba la belleza por sobre
todas las cosas. Tenía el corazón de un artista.


Terminada su labor, divertíase con ganas el pícaro Zentropio. Había decidido
que el rojo era su color preferido y que el caos y la muerte tenían para él un
atractivo sin igual.


Otra vez entró el bendito emisario. Sólo que Zentropio no sabía por qué
razón , en esta ocasión se veía asustado:


Por orden de mi señor Atropio, dueño del universo, se suspenden por
algunos días las obras de la creación. Dicho esto, desapareció.
Bueno... y cuál de mis bichos habrá picado ahora al señor dueño del
universo...mmm, ¿ en qué estará pensando ?


No tiene importancia, mientras tanto lo paso de maravilla con nuestras
criaturas.


Pasaron días y más días y ya Zentropio empezaba a impacientarse con tanta
demora. Paseaba de un lado a otro rascándose su pelada cabeza. El dichoso
emisario... perdido.


Hallábase en estas, cuando un sobre pasó debajo de su puerta, intrigado lo
abrió para leer su contenido y encontró el siguiente mensaje:


Universo, día -1, año -1


Yo, Atropio, señor dueño del universo, quiero concluir mi obra. No vas a
dañarla Zentropio. Mucho he pensado durante éstos días, puesto que se trata
de algo muy especial para mí. Asiste mañana a la luz del día, al monte que
está a tu izquierda, junto a la laguna. Allí se te informará sobre la tercera y
última etapa de la creación.


Puntualmente llegó Zentropio al sitio indicado, se sentía intrigado, muy
intrigado...


Al poco tiempo apareció Atropio. Sin vacilaciones empezó:


Necesito un administrador para mis bienes terrenales. No es cualquier
administrador, óyelo bien, debe ser perfecto.


Quiero verte mientras lo hago. No metas tus narices en esto Zentropio. Mi
obra debe ser perfecta. Siéntate ahí, en donde pueda observarte.


Ante tanta firmeza, Zentropio no tuvo otra alternativa que permanecer en el
sitio indicado con la bocota cerrada.


Mientras tanto, Atropio modelaba con paciencia unas figuras sin iguales... en
nada se parecían a las criaturas anteriores... En realidad parecía importante
para él, nunca antes se le había visto en concentración tan extrema.


Había pensado Atropio, darles primero su forma, al final con un soplo suyo,
aparecería la vida: el pensamiento, el sentimiento. De ésta forma, evitaría
cualquier intromisión de Zentropio y la obra sería únicamente suya.


Muchos días transcurrieron antes de que todo estuviese listo, pero ya
Zentropio había comprendido cuáles eran las intenciones del señor Atropio,
dueño del universo...


Una vez finalizada la obra, se disponía Atropio a darles la vida, cuando
sintió que de repente, junto con su soplo, llegó el terrible vaho de
Zentropio...y... así quedaron hechos los primates a imagen y semejanza de
Atropio y Zentropio.


Nada que hacer.


Había concluido la creación.


Ahora sí, enfurecido se mostró Atropio. Arrojó a Zentropio a los mismísimos
infiernos, prohibiéndole salir a la luz.


Pero tanto Atropio como Zentropio, sabían que ya no era necesaria la
presencia de ninguno de ellos en la tierra...


Ya estaban juntos en la creación.


LA INDEPENDENCIA


Sin la fastidiosa presencia de Zentropio, Atropio fue tranquilizándose, hasta
llegar a pensar de nuevo, que si bien no había sido la creación con el orden
que él había deseado, todo estaba transcurriendo en forma normal, ayudado
por los remedios que él puso inmediatamente después de las desafortunadas
intervenciones de Zentropio.


Así, se encontraba un día Atropio, invadido por la complacencia de una obra
hecha con perfección, observando el vivir de sus criaturas. Distraído miraba
sus grandes dinosaurios masticando la hierva fresca, los felinos descansando
bajo la sombra de los árboles, gacelas y gamos correteando y saltando por las
verdes sabanas, gorilas y micos midiendo los arbustos, canguros brincando sin
fatiga, osos pidiéndole la miel a las abejas, aves realizando graciosas piruetas
en vuelos de prueba y peces aplaudiendo desde el agua el ágil vuelo de sus
hermanas las aves.


Encontró de pronto con su vista a su gracioso primate, quien en realidad era
su orgullo. En un claro del bosque estaba jugando con unos leños caídos en el
piso. Se distrajo Atropio mirando su juego , cuando vio que lenta y
pausadamente, con su grácil y suave movimiento se acercaba la serpiente al
primate, también atraída por su simpática actividad.


¿ Qué haces? preguntó la serpiente.


Nada especial, respondió el primate. Me aburro terriblemente y trato de matar
el tiempo.


¿ Qué es matar el tiempo ? requirió ella, ingenua.


Mmm... sabes poco. No hay mucho que hacer acá y el espacio entre un
latido del estómago y el próximo, es grande. En ese espacio hay que hacer
algo y yo no sé en qué ocuparme. Por eso a ratos pienso en que me aburro, a
ratos camino, me limpio el pelo, me miro las uñas o brinco entre los nogales. ¿
Ahora ya sabes qué es matar el tiempo ?


Quizá si, o quizá no, respondió la serpiente. Yo hago lo mismo pero no mato
el tiempo, simplemente vivo como debo hacerlo.
Se me ocurre algo, dijo el primate ¿ Por qué no jugamos un rato en el agua ?
de paso sabremos quién es el mas fuerte.


Hecho. Dijo la serpiente dirigiéndose al río con él.


Una vez allí, entraron en el agua y sumergiéndose por largos ratos salían y
reían, tratando de recuperar su respiración. El sol brillaba más, participando así
de su diversión y en todos los rincones del gran jardín, se oía con gran
complacencia el alboroto que armaban los dos animales.


Lento y suave, bajaba un tronco traído por la corriente del río y al pasar junto
a las dos criaturas juguetonas, el primate tuvo una brillante idea:
Déjate amarrar al tronco, serpiente. No te haré daño. Veremos si te agrada.
! Claro ! dijo ella confiada. No me ates con fuerza y no me dejes mucho
tiempo, no podría resistirlo.


Dicho y hecho. El primate amarró la serpiente al tronco y al terminar, se le
ocurrió sumergirla en el río, sin pensar en las consecuencias. Ella, trataba de
sacar la cabeza para respirar, pero la fuerte presión que ejercía el primate con
sus manos, no le permitía hacerlo, sentía que se ahogaba, todo le daba
vueltas, perdía las fuerzas, se moría...


Tanta confusión y angustia sentidas por primera vez, le impidieron darse
cuenta que la mano poderosa de Atropio, señor del universo, quien aún miraba
sus juegos, la extrajo del río. En un momento todo fue silencioso y oscuro, la
actividad del gran jardín cesó toda, por un instante. Entonces, muy lejos, allá
en su inconsciencia, la serpiente alcanzó a escuchar a un señor Atropio muy
impaciente que pedía al primate una explicación sobre su acción:


¿ Qué pretendías hacer irreflexivo primate ? ¿ No te das cuenta qué habría
ocurrido si yo no llego a detener tu loca acción ? Ni toda mi sabiduría me
permite entenderte ahora, aléjate de mi presencia. Por hoy, no quiero verte.
En silencio salió el primate de aquel lugar. Durante el resto de ese día,
escondió su rostro de Atropio, el creador.


No supo el primate con cuánta preocupación lo vio Atropio a partir de aquel
momento y cuánto lo obligó a meditar su aterradora acción. En él, se había
vislumbrado algo desconocido en el gran jardín. Ello hizo, que un día
cualquiera en la eterna primavera de aquel maravilloso lugar, Atropio decidiera
enviar emisarios para que citaran a toda criatura viviente del universo, a una
reunión extraordinaria, cuyo tema sería expuesto, en el momento de la misma.
Durante muchos días llegaron procedentes de todos los rincones y eras del
universo, seres con las mas disímiles características que hacían a cada uno,
único en su especie: largas colas, vistosos penachos, brillantes pelos, plumas
multicolores y multiformes, colores radiantes, caras bravas o simpáticas, patas
derechas y torcidas, rayas, óvalos o círculos característicos, espinas, púas,
aletas, ojos redondos y cuadrados, manos con dedos y sin dedos, orejas
grandotas o diminutas, dientones y muecos, en fin cualquier animal que hoy
quepa en nuestra imaginación, acudió aquel día a la cita puesta por Atropio.
Una vez reunidos todos junto al enorme nogal, símbolo del gran jardín,
esperaron la llegada de Atropio, no sin cierta curiosidad, moderada excitación e
impaciencia, por ese tan especial motivo que los hacía reunirse por primera
vez desde aquellos días en que fueron creados.


Cuando estuvieron presentes y no faltó nadie por llegar, no tardó Atropio en
acudir también a la cita. Todos, todos, agacharon su cabeza y bajaron su rostro
en señal de admiración y respeto, sólo el primate trataba de levantar sus ojos
para ver a Atropio de frente.


Somos muchos ahora, empezó diciendo Atropio, saben del agrado con que
ha sido hecho el mundo para ustedes. Todos cabemos en él y todos de él,
podemos satisfacer nuestras necesidades. Mírense unos a otros, admiren su
belleza, sientan el calor del sol, refrésquense con el sereno de la luna y sueñen
bajo el amparo de los luceros.


Admiren los ríos que alguna sorpresa guardan para ustedes en cada recodo
de su camino: unas veces serenos y tranquilos surcando los valles, otras veces
cayendo precipitados desde las montañas, alimentando los árboles que los
cobijan con su sombra y calmando con su agua y su riqueza, la sed y el
hambre. Guarden el respeto que el mar y el cielo se merecen, pero no dejen de
alabar su inmensidad y su grandeza, compartan con ellos sus secretos y gocen
de su belleza.


Todo, incluyendo sus cuerpos y su medio, ha sido hecho en forma perfecta,
como ven, sin omitir detalle ni escatimar esfuerzo. Lo demás depende del buen
uso que hagan de ello. Mi preocupación para que esto sea cierto me ha llevado
a determinar algunos principios básicos que les van a ayudar a conservarse y
que en aras de su propia supervivencia, deben cumplir al pie de la letra. Son
ellos, los siguientes:


Deben crecer y multiplicarse hasta donde la misma naturaleza se los permita -
ella está preparada para hacerlo -, poblando el mundo con sus especies y
cumpliendo la misión que a cada uno de ustedes le ha sido encomendada:
Unos deben organizar ayudando a los árboles y a las plantas a regar sus
semillas en aquellos sitios en donde puedan germinar, otros van a limpiar,
desando comer o trasladar aquello que exista en demasía, otros se
transformaran, buscando maneras que se adecúen a su propia edad y
necesidades de la tierra, otros tantos tejerán, construirán, fabricaran alimento,
mantendrán vivas las capas de la tierra y abundantes las aguas del mar y de
los ríos. En fin, ustedes ya saben lo que le corresponde a cada uno, teniendo
siempre presente que cada tarea es una bendición y que todas son igualmente
grandes.


Después Atropio continuó:


Un ciclo especial que he puesto en marcha, hará que con naturalidad, sin
dolor, ni pesar, quienes han vivido mas, terminen su ronda, transformándose y
dando espacio a quienes han vivido menos.


Cada especie compartirá su vida con aquellos miembros de su propia familia
y a pesar de que podrá convivir con otras criaturas en paz, no se mezclará con
ellas. El creador he sido yo.


Amarán a sus crías por sobre todas las cosas del mundo, tanto como a se
querrán sí mismos, porque de la salud, bienestar y bondad de ellas, dependerá
en gran medida el futuro del tesoro que os entrego.


Jamás les faltará qué comer o en dónde obtener el alimento, ni en dónde
vivir o encontrar abrigo. Pero nunca deberán mirar el sustento y el cobijo que
he dado o han conseguido los otros. Para cada uno hay suficiente y una vez
saciados su hambre y su sed, no van a buscar más de lo que su cuerpo no les
ha pedido.


Deben protegerse y cuidarse unos a otros, la adversidad que se vive en
compañía, no es adversidad, es una manera de aprender a dominar los
elementos, es una prueba a la capacidad que ustedes poseen para
defenderse.


He concebido un mundo lleno de amor y eso les entrego para su placer,
manténganlo así. Es muy simple y a esto se reduce su misión, del resto me
encargo yo. Puntualizó enfático Atropio.


No había terminado esta última frase, cuando el consentido primate, situado
desde el principio en la fila de atrás, levantó su vista y en forma por demás
altanera, dijo así:


No señor, a mi no me engañas. No sé qué interés tienes en todo esto, pero
déjame aclarar ciertas cosas.


Primero, no vuelvas a compararme con estas criaturas, aquí presentes. No
somos iguales. Recuerda que soy tu imagen y eso me ha hecho mejor que
todos ellos.


No me llamo primate, déjalo para los micos. Me llamo hombre y ello quiere
decir que soy hermoso como todos y además inteligente como ninguno. Este
solo hecho, bastaría para hacerme diferente. Tengo razón, conciencia, moral,
pensamiento, lenguaje, comunicación y, lo más importante, libertad para elegir
lo que deseo...


En fin, muchas cosas me has dado. ¿ Crees que no lo sabía ?


Soy el único que puedo mirarte a la cara y... no te preocupes más por mí,
puedo establecer mis propias reglas. Sé cómo debo comportarme, no quieras
enseñármelo todo.


Una catarata de murmullos se escuchó al instante, todos se sentían
extrañados, nadie entendía lo que ocurría con el primate. ¿ Por qué respondía
así a la sensatez de su creador ?


Atropio sí sabía de qué se trataba. Imaginaba el gozo infinito de Zentropio y
por primera vez comprendía la maléfica magnitud de su aliento.
Atropio guardó silencio y así permanecieron todos durante algún tiempo,
esperando su reacción. Pensaban, no sin razón, que aquel primate loco sería
expulsado sin piedad del gran jardín y no dejaban de temer por ellos mismos.
Lenta y pausadamente le respondió Atropio al primate:


Sea como quieras. Serás reconocido como hombre por todas las criaturas
vivientes pero, tu supuesta superioridad deberás demostrarla ante nosotros. Te
daré un espacio para que vivas y desde hoy no participaré de tu vida, tu
pondrás tus normas y por el universo habrás de responderme. A ti te lo entrego
y si me fallas... sabrás de mi, te lo aseguro, sabrás de mí.


En ese momento, desapareció Atropio el creador, ante los desorbitados ojos
de todos los demás presentes. Todo fue caos y confusión en el momento,
nadie sabía cómo actuar. Las miradas se dirigieron al primate, como
preguntándole qué tendrían que hacer enseguida, de cierta forma se habían
creído la historia de que él era el mejor. Sin embargo, él desdeñosamente dio
la espalda a todas aquellas criaturas vivientes y siguió su camino, satisfecho
con su osadía.


Ninguno de los seres creados volvió a ver a Atropio, como hasta entonces lo
habían hecho. Unos contaron a otros que él era quien los había creado.
Algunos otros, terminaron por creer que había sido una fantasía y otros tantos
al no verlo nunca, negaron que existiese.


Cada vez más, los primates se convencieron a sí mismos que eran hombres
y que ello suponía su mandato sobre todas las cosas que existían, así como
una supremacía sobre las demás criaturas vivientes. Así, consecuente con eso
fue siempre su actuación, y su lealtad y entendimiento fueron siempre los
mismos... hasta el día de su desaparición del universo.


Por María Isabel González

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