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ESTA ES LA HISTORIA DE MARÍA LOBEJA

A TI


Me contaron y yo te cuento, que bajó un día, por las laderas de las
montañas que rodean un lindo valle, un animal muy raro, desconocido por
todos los antiguos habitantes de esa región.


Cuerpo de mediano tamaño, pelo largo y ensortijado de color gris, ojos
grises y cola ni corta ni larga con el pelo liso. Nadie sabía quién era y la
primera reacción de quienes lo vieron, fue correr a esconderse, puesto que
en todos los valles conocen la presencia maligna de los lobos y pensaron que
era uno de ellos. Sin embargo, al verlo pastando tranquilo y distraído, sin
ansias de comerse a nadie, decidieron acercarse y verlo mejor.


Después de observarlo extrañados durante largo rato, alguien dijo:


- Tiene la forma de una oveja –


Pero todos se rieron de inmediato tachándolo de ignorante.


- Las ovejas no son grises, ni tienen ese mismo color en los ojos – agregó
otro. Pero viéndolo mejor, si parece una oveja, miren esa lana que cubre
su cuerpo.


Y la cola, ¿acaso parece la cola redondita y chiquitica de la oveja?


Agregó alguien con tono de preocupación, esa sí parece más de lobo que de
oveja.


Lo cierto es que por más que cavilaron, el extraño animal no dio pista
alguna sobre su origen y siguió pastando tranquilamente sin preocuparse de
sus observadores.

Asustados por no saber de qué se trataba, y ante su silencio, empezaron
a tirarle ramas pretendiendo espantarlo, ó para que de una vez los atacase
si era un animal furioso. Pero el animal levantó su cabeza y miró al cielo,
respiró profundamente y continuó pastando. Como no tuvo ninguna reacción,
los otros se sintieron más confiados y le lanzaron guijarros. Fue entonces
cuando comenzó a aullar y todos salieron corriendo, muertos del susto. Pero
una vez más suspiró, miró al cielo y continuó pastando.


Enojados por lo que consideraron un gran desprecio, empezaron a tirarle
piedras y palos, haciendo blanco en el fondo de su lana gris, con tanta
fuerza que empezó a sangrar por muchas partes y se le hizo un chichón muy
grande en la cabeza. El animal no paraba de aullar tratando de esconderse y
subió de nuevo por la ladera hasta que encontró una pequeña cueva, tapada
por matas y arbustos, en donde puso a salvo su peludo cuerpo.


Descansó parado, cerrando los ojos hasta que su respiración se fue
normalizando poco a poco, porque antes estaba muy acelerado por la
sorpresa, los golpes, la aullada y el rápido ascenso por la montaña. Un poco
más tranquilo, escuchó de pronto un ruidito que provenía del fondo de la
cueva, alguien se le acercaba caminando sigilosamente desde adentro.


Escuchó parando sus pequeñas orejas y permaneció inmóvil.


¿Qué haces por acá? - Preguntó alguien con una voz lenta, sugestiva y
profunda que por fin él creyó entender, aunque no muy claramente porque
tenía un acento extranjero.


¿Se dirige a mí? – Respondió con duda.


Claro, que me dirijo a ti, ¿quién eres y por qué es tan lamentable tu
estado?


Me perdí de mi rebaño. Pastábamos en un claro, cerca de un bosque. Me
encanta mirar hacia los árboles, ver las nubes, examinar a los otros
animales, - especialmente a los más pequeños - conversar y jugar con ellos.
Los míos son demasiado serios. Parece que me alejé o se cansaron de
esperarme y se fueron. No sé, la verdad, no sé qué pasó. Lo cierto es que me
perdí. Esta mañana alcancé la cima de la montaña y descendí hasta el valle.

Estaba muy cansada y me puse a descansar, después intenté comer un rico y
fresco pasto que encontré frente a mí, pero llegaron unos animales muy
extraños, nunca los había visto antes. Me miraron, se dijeron entre ellos
muchas cosas que yo no comprendo y después me tiraron con ramas y
piedras hasta dejarme así, como me ves.


¿Cómo es eso, no te defendiste? Preguntó el recién llegado.


¿Defenderme? ¡Cómo se te ocurre!


¿No puedes? ¿No tienes dientes afilados como los míos? Le dijo rugiendo
con potente voz, abriendo su amenazadora boca y mostrándole su poderosa
defensa instalada en una fuerte mandíbula.


No yo no tengo fuertes dientes. Tengo largas garras que podría usar,
pero mis padres me enseñaron que no puedo hacerlo, - dijo mostrándole de
lejos unas afiladas uñas - por ello, continuó - mi defensa consiste en
suspirar y mirar para el cielo, como si no tuviera miedo. Como si no los
hubiera visto. Eso hice hoy, pero ya ves que no ha valido. Cuando me pegaron
duro lloré y se escondieron, creí que me había deshecho de ellos, pero no,
salieron luego y con más fuerza me tiraron piedras grandes y entonces corrí
hasta acá. Cuando estaba tratando de calmarme, apareciste tú.


Mira que se parecen tus garras a las mías, pero yo si las uso para
defenderme de mis enemigos y conseguir mi sustento. ¿Cómo es eso de que
tu mamá te dijo que no podías usarlas? No comprendo.


En mi rebaño se preocupan mucho porque creen que si aprendemos a usar
las garras, un día podemos atacarnos entre nosotros, como parece que
ocurrió hace mucho, cuando yo aún no había nacido.


¿A qué rebaño perteneces? No te reconozco.


Orgullosamente puedo decir, - empezó a responder inflando el pecho -,
soy una hembra de las lobejas del norte y me llamo María.


Lo…. ¿Qué?

Lobejas. No me digas que nunca nos has visto. Y a propósito, ¿tu quién
eres?, ¿qué haces acá?, ¿de dónde vienes?


Vamos despacio. Respondo una a una tus preguntas. No te aceleres. Yo
me llamo Felix y vengo de la manada de los lobos del sur. Desde hace un
tiempo estoy solo, sin mi manada. Estoy aquí durante el día y por la tarde
salgo a cazar para mi comida. En realidad, es la primera vez que veo a
alguien como tu. Pero me agradas y voy a proponerte algo. Quédate a vivir
conmigo.


¿A Qué? – Preguntó María, abriendo mucho, sus grises ojos.


A vivir conmigo. - Le repitió Felix – Tal y como escuchaste. Estoy muy
solo en esta cueva y necesito compañía y cuidado. No estoy con mi manada y
los que están abajo, afortunadamente me tienen miedo. Tu no eres igual a
mí, pero si nos vemos bien, nos parecemos. A cambio yo te doy mi
protección. Nadie te hará daño mientras vivas conmigo.


Antes de cualquier cosa explícame eso de que nos parecemos, pues yo, no
veo en qué. Soy mas pequeña, más pulida y más linda que tú, mas suave,
apacible y tranquila. Las lobejas venimos de mejor familia que ustedes los
lobos. No vamos de cacería ni comemos carne de animal muerto. No
traicionamos ni engañamos a nadie y no estamos en todos los cuentos
infantiles como los malos del paseo.


No voy a discutir sobre mí, ni sobre mi familia contigo. Lo tomas o lo
dejas. - Dijo Felix con un tono de voz muy severo.


Un escalofrío recorrió a María desde la coronilla hasta la cola. Guardó
silencio y luego con timidez respondió. - Esta bien, yo me quedo contigo.
Descansa en donde quieras. Esta es tu cueva y yo soy tu protector, pero
no busques a nadie más, no hables con nadie y no salgas de acá, mientras yo
no te lo pida, de otro modo no puedo cuidarte, por eso debes obedecerme y
nunca protestar. Así finalizó el lobo, antes de internarse de nuevo en las
profundidades de la cueva.

De este modo, comenzaron a transcurrir muchos días en la vida de María
y Felix. Ella dormía durante la noche y él durante el día, y por esa razón,
sólo compartían la cueva un rato durante la madrugada, cuyos fríos vencían
el uno junto al otro. Efectivamente María no abandonaba la cueva sin que
Felix se lo pidiera y cuando lo hacía, en cumplimiento de sus deberes, no
hablaba con nadie. Más aún, nadie la conocía en aquel lugar, nadie volvió a
verla ni a notar su presencia, mucho menos a agredirla.


Cuando de vez en cuando, Felix le recordaba a María cómo lucían sus
afilados dientes incrustados en la mandíbula, ella sentía el mismo escalofrío
que aquel primer día en que lo conoció, recorriéndola de punta a punta de su
cuerpo. Por lo demás, él continuaba comiendo carne y ella pasto y, además, a
pesar del tiempo y de la convivencia, ella siguió considerándose de mejor
familia que él y mirándolo con un poco de silencioso desprecio.


Lo cierto es que, desde su llegada a la cueva, María Lobeja, no volvió a
recordar a su familia, tampoco fue mas a pastar sola, ni a mirar las nubes, ni
a conversar con otros animales que tanto le gustaban cuando se extravió de
su rebaño. Fue una época de su vida que se perdió en la oscuridad de su
débil memoria. Tampoco sonrió nunca más, se quedó mirando hacia arriba
como si no pasara nada, como cuando estaba asustada, olvidó el idioma de los
suyos y manejó muy bien el de los lobos, pero siempre con un sabor amargo
en la boca que le hacía sentir el pensar que efectivamente era mejor que
ellos.


Que precio tan alto pagó María para conservar la vida de su cuerpo,
perdió la imaginación, la alegría y los sueños que hacen la vida del espíritu.
Un día temprano, mientras Felix dormía, salió de la cueva. Ahí, a unos
pasos de su casa, se encontró de repente con un animal muy extraño para
ella. Cuerpo de mediano tamaño, pelo largo y ensortijado de color gris, ojos
grises y cola ni corta ni larga con el pelo liso. No sabía quién era ni de donde
venía y no se parecía al lobo ni a los que vivían en el valle. Tampoco era una
oveja. ¿Quién era entonces?


Buenos días, dijo aquel con simpática voz. Qué alegría encontrar una cara
amiga por estos lados. – agregó suspirando con alivio.

¡No puedo hablar con nadie!, - aulló ella muy asustada. Adiós. - Dijo
corriendo en dirección a la cueva.


No te vayas, respondió el animal con suavidad y sin afán. Escúchame.
Tal vez María recordó algo que le era familiar y se detuvo.


¿Cómo es eso de que no puedes hablar con nadie? No entiendo. Sabes
hablar, hablamos el mismo idioma, ¿Cuál es entonces el problema?


Me lo han prohibido. Dijo, mirando al cielo, como si no pasara nada.


¡Hey! ¿Por qué te asustas?, preguntó el forastero.


Quién dijo que me asusto, respondió María, mirando al cielo como si no
pasara nada.


Entonces el otro soltó una carcajada. Todas las lobejas miran al cielo
como si no pasara nada, cuando están muy asustadas. Y es justamente lo que
estás haciendo.


¿Cómo lo sabes? Preguntó ella, sintiéndose descubierta.


No seas tonta. - Agregó él -. Puedes tener los misterios que quieras,
pero no hay secretos para las lobejas.


No me detengas más tengo que irme, si estas por acá mañana, podemos
encontrarnos a la misma hora. Dijo María y corrió a su cueva, junto a Felix
quien aún dormía plácidamente.


No tuvo un minuto de paz durante el día, tampoco pudo dormir esa noche.
Pensaba con insistencia en el extraño visitante. ¿Quién podría ser? Por mas
que trató no pudo recordar haberlo visto antes, pero sabía con certeza que
su figura no le era totalmente extraña. Tenía muchas ganas de verlo de
nuevo, de oírlo y hablar con él, de conocerlo mejor, pero a la vez sentía
mucho miedo de que Felix le mostrara a ella sus dientes, que no la
defendiera de los habitantes del valle o peor aún, que le hiciera daño a su
nuevo amigo.

Al día siguiente lo encontró de nuevo en el mismo lugar. Lo vio desde
lejos con claridad y le pareció que era muy apuesto. Su corazón no dejaba de
saltar, todo su cuerpo era corazón y todo saltaba a medida que iba
acercándose a él. En realidad, María no entendía nada de aquello que le
estaba sucediendo. Creyó pues que estaba enferma, muy enferma.
Hola, dijo él sonriéndole con cariño, me alegro que hayas venido. Tuve
miedo de que no lo hicieras.


Hola, dijo ella con timidez, mirando unas veces al cielo como si tuviera
miedo y otras a él como si quisiera verlo mejor. En el fondo se alegró mucho
de que él tuviera miedo de que ella no llegara a la cita.


Aquí estoy. Eso es lo que importa. No he dejado de pensar en ti y quiero
que me digas quién eres.


Por ahora, sólo voy a decirte que me llamo Martín. Todo lo demás vas a
descubrirlo tú, si sigues viniendo a verme todos los días. Este misterio
tendrás que descubrirlo tú sola. Yo voy a acompañarte María y pronto lo
sabrás todo.


Felix, un lobo con quien vivo en la cueva, me ha prohibido hablar con
personas extrañas a él, no puedo volver, me da miedo. - Dijo ella, mirando de
nuevo al cielo, como si no pasara nada y tuviera miedo.


Nadie puede prohibirte algo si tú lo quieres. La prueba es que ahora
estas hablando conmigo. ¿Dónde está Felix? No lo veo aquí cuidándote para
que no hables con nadie.


Él me mostrará los grandes y afilados dientes que tiene….


Bueno. Tengo entendido que los lobos hacen eso para defenderse cuando
tienen miedo, igual como tú miras al cielo como si no pasara nada, cuando
tienes miedo.

¿De verdad? Tanto tiempo viviendo junto a un lobo y no lo conozco. Dijo
ella y permaneció en silencio. Después regresó a su casa con la promesa de
que al día siguiente estaría de nuevo allí.


Lo cierto es que estos encuentros se repitieron durante muchos días y
semanas, pero lo realmente fascinante fue que poco a poco María empezó a
recordar. A recordar los días que pasó en su casa, al otro lado de las
montañas, con su gente. El amor que sentía por todos ellos, por el campo, los
bosques y el cielo, los animales más pequeños que tanto le gustaban, las
quebradas de aguas transparentes en las que solía beber, sus juegos con las
lobejas, sus brincos y saltos, su felicidad.


También recordó un día que su cuerpo era de mediano tamaño, su pelo
largo y ensortijado como la lana, de color gris, ojos grises y cola ni corta ni
larga con el pelo liso. Recordó su idioma. Recordó…. ¡Recordó quién era ella
en realidad! y se dio cuenta que Martín era, como ella, una lobeja. ¡Qué
dicha!


En realidad, no me contaron como terminó esta historia. Un amiguito mío
llamado Juan Camilo, me sugirió que podía terminar diciendo que María
regresó a su casa en compañía de Martín su amigo y fue muy feliz de nuevo,
con él y con los suyos a quienes conocía y de quienes no tenía por qué
defenderse puesto que no la atacaban nunca. Pero Juan Camilo, cree que el
lobo fue alguien distinto a María, - ni mejor ni peor que ella -, que fue bueno
dándole lo que tenía y que por eso merece conseguir para él una lobita que
sepa quererlo y cuidarlo mucho, sin pensar que es de mejor familia.


No sé qué crees tú. De todas maneras, puedes imaginar el final de la
historia como lo desees. Finalmente, esta historia es un regalo para ti y
puedes disponer de ella.


Con todo mi amor,


Por María Isabel González

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