HABLEMOS DE PADRES
Podemos afirmar que un alto número de personas que hoy se encuentran dedicadas
a la educación de sus propios hijos, fue formado para que algún día alcanzara la meta de
ser padre.
Ha sido, es y probablemente será el deseo normal de los padres, que un día sus hijos
“sienten cabeza” y se “organicen”, a través de la conformación de una nueva pareja que
comience a dar sus frutos. Existen diferencias claro está, en la formación de hombres y
mujeres y sus expectativas frente al matrimonio son así mismo diferentes. Pero en el fondo,
en ambos sexos, existe el eterno deseo de tener hijos, como la forma más importante de
proyección futura de la propia persona.
Aparentemente el mundo de hoy es más amplio para muchos de nosotros, en el
sentido de que socialmente se acepta con mayor facilidad un hombre o una mujer solteros,
que vivan solos y dediquen su vida a trabajar y a muchas otras actividades de su gusto y
predilección. Sin embargo, en esa misma sociedad, existen aún muchas dudas sobre esas
personas que viven solas y así se les hace saber, diría yo que con una mezcla de sentimientos
por ellos que van desde la “envidia”, hasta la lástima.
La adolescencia de algunos a quienes podemos llamar soñadores, se llena de bellas
ilusiones en donde aparecen tiernas y angelicales personitas, frutos del amor y de la
comprensión, nacidas para ser amadas y comprendidas y destinadas a ser todo en la vida
afectiva de los padres.
En el sueño de otros, los prácticos, aparecen las mismas personitas, igualmente
angelicales, destinadas a ser intelectualmente superiores, inflando el orgullo de los futuros
padres soñadores.
Existen así miles y miles de sueños, pero el fondo de todos ellos, sin temor a
equivocarme, es la personita angelical que crecerá bajo nuestra tutela, para ser nuestro
representante en el futuro, que por razones biológicas obvias, los padres no alcanzaremos
a vivir.
Siendo adultos buscamos nuestra pareja con el criterio del amor y la atracción, pero
haciendo también, en la mayoría de las veces, un estricto proceso de selección en el cual
un parámetro importante es la capacidad del otro para procrear y educar a los hijos que
vendrán.
Todos presionan luego a la reciente pareja: ¿Cuándo vendrán los hijos? ¿Qué pasa
que no tienen hijos? ¿Por qué demoran sus hijos? ¿Será que no son capaces de tener hijos?
Un abuelo ansioso regaló una vez a su hija recién casada, una muñeca que semejaba un
bebé. Mientras tenía el propio.
Con ésta formación, con estos sueños y bajo estas presiones, vienen los ansiados
hijos. Desgraciadamente, aunque no podamos o nos atrevamos a reconocerlo, no son tan
tiernos, angelicales o amorosos como pensábamos o como decían los otros.
Malas jugadas nos hicieron con tanta preparación imprecisa.
Ya no es posible dar marcha atrás y conozco muchas mujeres que padeciendo una
común y en parte biológica depresión que aparece después de un parto, permanecen
sonrientes porque sería “desnaturalizada” la madre que se sintiese triste después de tan
feliz acontecimiento o porque podría no responder a los ideales sociales de una buena
madre.
También entre sonrisas narran los padres: “hace tres meses que no podemos dormir,
el tierno angelito llora toda la noche y es raro, en el día mientras trabajamos, duerme todo
el tiempo”.
Siguen sonriendo mientras dicen que ya no tienen distracciones, que desde hace
unos días, marido y mujer pelean con frecuencia porque él quiere que el bebé duerma con
ellos, mientras ella prefiere que lo haga en su cama o al contrario; continúan sonriendo
cuando dicen que el marido ha conseguido “por fuera” otra mujer, para que su esposa
pueda hacer las veces de madre en su casa; también cuando aseguran que el presupuesto
ya no alcanza, que tienen que trabajar y no hay quién cuide a su bebé angelical y sonríen y
sonríen cuando enumeran muchos otros problemas que puede traer el “ángel” a la
desprevenida pareja.
¡Qué tragedias estas ¡Pobres padres! Sueños lejanos y pesada e inesperada realidad
sobre los hombros. Es en éste momento cuando los hijos de estos padres empiezan a ser
los pobres hijos de los pobres padres. Veamos por qué.
¿Qué hacen las personas cuando se encuentran ante difíciles e inquietantes
situaciones que los toman por sorpresa?
Impredecible.
No sabemos si vamos a correr, a permanecer quietos, a gritar o a desmayar cuando
estamos en media calle con un carro casi encima y lo impredecible de nuestra reacción
puede aumentar el peligro de equivocación.
Igual ocurre cuando nos vemos frente a un número X de hijos que ya existen y no
sabemos siquiera si los deseábamos o no.
Actuamos entonces abrumados y desconcertados, encontrándonos ahora con
muchas y diferentes reacciones que varían de acuerdo con cada persona y con su grado de
temor. Es en este momento cuando quisiéramos saber de qué manera influyen estos palos
de ciego en la educación de nuestros hijos y cuándo empiezan ellos a pagar el precio de
nuestra ignorancia e indecisión.
Es muy factible que, siguiendo a la par con nuestra formación, sueños y presiones
externas, que en éste momento son internas también, insistamos en que los hijos son lo
más importante que existe en la vida y que fuera de ellos no puede buscarse nada más.
No olvidemos, sin embargo, que ésta es una teoría y que, tratando de actuar de
acuerdo con ella, verbalizamos nuestro amor por los hijos, al mismo tiempo que damos
gritos ofuscados o administramos duros pellizcos cuando la acción que los provoca no es
proporcional al castigo que se administra.
¿Qué sabe un niño de nuestras presiones, sentimientos, emociones o deseos
insatisfechos? ¿Puede él entender que, movidos por éstos, gritemos o cuando llega la culpa
acariciemos?
No. Creo que definitivamente no puede entenderlo. Y es esta la explicación que me
doy cuando un niño dice que sus padres no lo quieren, mientras ellos se aseguran y me
aseguran a mí que lo hacen con toda su alma.
Un niño no espera, como a veces por condicionamiento lo hacemos los adultos, que
le den muchas cosas para mostrarle que lo quieren; un niño no entiende como amor los
detalles materiales que le damos para compensar nuestros “momentos de debilidad”, más
aún, a pesar de la seguridad que pueden ofrecerle nuestras caricias, no las entenderá
tampoco como amor, cuando se conceden de manera tan arbitraria como las penas.
Un niño no puede agradecer el permanente e irracional sacrificio al que a veces se
someten otros temerosos padres como autocastigo por sus “debilidades educativas”. “Hace
meses no voy a cine porque debo cuidarte, me quito la comida de la boca para dártela a ti,
trabajo como una mula para educarte, no duermo porque debo acompañarte, no me queda
tiempo de visitar a mis amigos por estar contigo, me sacrifico por pagar un carro para poder
sacarte a pasear”.
¡Qué amargura que a uno lo amen teniendo que pagar tan altos costos ¡
¡Qué amargura que el amor se eche en cara ¡
¿Cómo pagar tan grande sacrificio?
El amor no es gratuito, se gana y no por el hecho de ser padre se hace uno merecedor
del amor de sus hijos. Igual pasa con ellos. No siempre ama uno la carne de su carne. ¿Cómo
puede quererse a alguien que pone tantos problemas y que en la mayoría de las ocasiones
“nos cuesta la vida”, según nuestra propia expresión?
Si somos racionales, es muy difícil.
A pesar del pesimismo que parece reflejarse en este panorama, veo muchas buenas
perspectivas, si su reacción inicial no es botar mis palabras en la caneca. Yo sé que duele,
pero el primer aviso para la búsqueda del remedio, es precisamente ese dolor.
En primer lugar, no hagamos con otros como el padre que obliga a su hijo a estudiar
medicina porque él es médico. No sabemos si en estas condiciones será un buen médico y
existe por lo menos un 50% de posibilidades de que no lo sea, porque él o ella no lo escogió
como su profesión.
Igual ocurre con los hijos. Tenerlos, educarlos y vivir con ellos es parte de una
profesión que puede amarse mucho. El profesional que no espere problemas en su trabajo
es un iluso, pero la manera de resolver esos problemas es un reto más que nos ofrece esa
profesión que amamos. Satisfactorio es también cuando obtenemos los frutos del trabajo y
el esfuerzo invertidos, a veces durante años.
Desempeñarse en otras profesiones que se deseen, enriquece aquella primera que
amamos si se logra el justo equilibrio entre todas y no se ama menos cuando se dice: “me
siento fatigado, voy a descansar”.
Tener hijos no puede ni debe ser nuestra única meta en la vida, puede ser la más
importante, si se quiere, pero no la única y es precisamente por ellos por quienes deben
existir otras posibilidades de desarrollo para cada persona. El justo equilibrio, el justo peso
a cada posibilidad enriquece a las otras.
Creo que este es un primer paso: el reconocimiento de que los hijos no se tienen
como un pasatiempo. Son una bella responsabilidad. Pero por bella que sea es exigente.
Hay que pensar para asumirla y cuando se asume, hay que pensar para llevarla. Debe
quedar claro que no es incompatible con otras responsabilidades; que exige sacrificio como
todo lo que sea desea, pero no cobra la vida, no es su precio y finalmente, que es más sano
para todos cuando uno se admite a sí mismo que si está fatigado, debe descansar.
Por María Isabel González