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EL NIETO

El sabado pasado me llamó desde Méjico Juan Camilo, mi hijo mayor para anunciarme junto con
Pilar, su esposa, que van a ser padres. Mejor, que voy a ser abuela. Es una noticia que espero desde
hace mucho tiempo como uno espera algo inevitable. No porque mi hijo esté casado desde hace dos
años, lo que por supuesto implica una mayor probabilidad de que esto suceda, sino desde que cada
uno de mis cuatro hijos ha alcanzado una capacidad reproductiva. Dos de mis mejores amigas han
sido abuelas antes de cumplir los 40 años. Abuelas con hijos adolescentes que en el furor de su
adolescencia no se preocuparon por evitar un embarazo que jamás desearon. Bueno, la verdad es
que en este momento estaba excluida para mí esta posibilidad, o por lo menos cada vez más lejana,
en la medida en que mis hijos han ido creciendo, cada vez se hacen más responsables de sus actos y
piensan mejor en las consecuencias que estos tienen.


Todos querían saber cuál había sido mi reacción y me llamaban para preguntarme. Fabio, mi
marido, el futuro abuelo, se sentía feliz. En ese momento él estaba en Colombia atendiendo asuntos
relacionados con su trabajo y yo en Roma en donde vivimos. Es por esto que cuando hablé con él,
minutos después de recibir la noticia, yo sentía por el teléfono su voz entusiasta, feliz, acelerada...,
excitada, esta es la palabra justa, como si hubiera ocurrido algo que él esperaba ansiosamente y no
como yo, algo que debería suceder si seguiamos el curso normal de la vida. No quiere decir que no
me agrada la idea. Quiere decir que, como estas no son decisiones que uno toma, uno debe esperar a
que se produzcan, si es que se producen. Si no es así, no es un problema y si lo es, entonces, en el
momento justo verás qué hacer.


Y llegó para mí el momento justo. No sé qué hacer y no sé qué siento. Mis hijos están felices con
la idea de ser tios. Mi suegra se siente muy contenta porque Fabio es su hijo preferido y por lo tanto,
Juan Camilo también es muy querido por ella. Ella verá entonces, a través de este hecho, la
posibilidad de que se sigan perpetuando seres para los que tiene un puesto preferencial en su
corazón. Mi mamá está feliz con la idea de tener a su primer bisnieto, porque desde hace como
cinco o seis años anda con el cuento de que se va a morir sin conocer bisnietos. La tía Sonia, la
alcahueta para todos los sobrinos de la estirpe paterna, ya le asignó sexo y rasgos físicos y dice que
va a ser una negra hermosa de ojos azules. Todos los de la familia que me han llamado durante esta
semana, me saludan diciéndome abuelita y no ha faltado el conocido que me haga la broma estúpida
de que Fabio dormirá por el resto de sus días, con una abuela.


Amo a los niños. Dedico mi vida y gran cantidad de energía a trabajar con ellos. Me duele el
dolor de los niños y amo sus risas y su inocencia, también la sabiduría que nace dentro de sus
corazones, hasta cuando el conocimiento ocupa sus mentes y la desplaza y la relega y los obliga a
ser hombres o mujeres adultos que “saben” lo que hacen. Siempre he dicho que mis cuatro hijos son
una de las razones más poderosas que tengo para vivir y crecer y que sin duda, han sido la parte más
sana de mi vida. La que me ha reportado las más grandes satisfacciones y la más grande ternura.
Raudales de afecto que llegan a través de ellos, de orgullo por su existencia y más aún porque la
vida haya permitido esta existencia suya, junto a mí.


Y, sin embargo, esta nueva experiencia, la posibilidad de ser abuela, me reporta ideas y
sensaciones nuevas. Pienso primero en que es una experiencia vacía que debo empezar a llenar.
Vacía porque hasta ahora, para mí, cabe solo dentro de la imaginación. Entonces, trato de pensar en
mis abuelas, constituyen la primera experiencia que tengo, son mi primer recuerdo, el primer
modelo que se planteó en mi vida. Trato de buscar en mi memoria remota, en mi inconsciente
profundo, un significado, un afecto, una relación. Y lo único que me viene en mente entonces es la
vejez, es la enfermedad y la muerte. No me había dado cuenta de este hecho, nunca tuve una abuela
normal, común y corriente. Una de ellas murió antes de que yo naciera y cuando ví la única foto que
quedó de ella, era una mujer vieja y triste, muy triste, que odiaba que le tomaran fotos. La otra,
murió cuando yo tenía doce o trece años y nunca la ví sana, tuvo muchos derrames cerebrales que
no lograron matarla, sólo minarla y reducirla poco a poco, allanando el campo para que fuera el
corazón el que terminara un día con tanta terquedad. De ella sólo recuerdo que me producía mucho
miedo porque no tenía el control de sus expresiones emotivas y lloraba cuando estaba contenta de
vernos.


Sé de muchas personas que recuerdan con gran afecto a sus abuelos, que dicen que fueron
fundamentales en sus vidas, especialmente desde el punto de vista afectivo. Y sé de muchos adultos
que esperan tener nietos para compensar con ellos lo que creen que no hicieron bien con sus hijos.
Muchos dicen que el afecto por sus nietos es más “irresponsable” y en esta medida lo consideran
mejor. Irresponsable porque ellos no tienen que trabajar como antes para sostener económicamente
al nieto, eso es tarea de los padres y mientras estos están fuera de la casa, tratando de ganarse la
vida, son los abuelos los que compensan con su cariño la ausencia. Irresponsable porque ya no
tienen sobre sus hombros la obligación de educar y de hacerlo bien y entonces lo hacen como
pueden y se dedican a ser abuelos, siguen simplemente su intuición, que al parecer ofrece mejores
resultados.


Cuando en mi consulta siento el dolor de los niños, cuando toco su desconcierto y su angustia,
cuando entiendo sus miedos y trato con ellos de conjurarlo, me parece injusto su sufrimiento.


Cuando estudio la historia de la humanidad durante los últimos noventa años, cuando veo
documentales y películas inspiradas en las grandes guerras, cuando cada noche me siento frente al
televisor y me encuentro con las mismas imagenes y con la muerte y el sufrimiento de tantos seres
humanos, hombres mujeres y niños, pienso que no es justo. Cuando imagino el planeta que habrá en
el futuro, en las guerras que se desatarán por la falta del agua y del alimento y veo la gente que
ahora se muere de hambre en los países del tercer mundo, cuando leo sobre el cancer que avanza en
países como Australia, en donde se ha destruído la capa de ozono, por la utilización de químicos en
el mundo, sé que no es justo.


Y, sin embargo, cómo concebir un mundo sin niños. Negarle al ser humano la posibilidad de
reproducirse sería negarle la esperanza. De hecho, en los países europeos, son tantos los que piensan
como yo acabo de expresarme, que ya pocos desean tener hijos y las ciudades se van viendo
pobladas por fantasmas que ya no se sabe si son personas viejas o viejos muertos, que recorren las
calles también viejas, del viejo continente. Son poblaciones cansadas y neuróticas, enojadas con el
mundo por su soledad, sociedades fermentadas y deprimidas que ya no encuentran motivos para
vivir. No hay niños que les traigan la inocencia, la risa, la alegría, la esperanza por un futuro y el
deseo de vivirlo.


Puedo concluir entonces que me siento también feliz por este nieto o nieta que espero, aunque
pase a ocupar, por este hecho, un puesto entre las generaciones que se alistan para partir, no importa
en cuánto tiempo, depende de lo que la vida me conceda de aquí en adelante. Pero esto no significa
un problema para mí, sé que es el curso normal de la vida, como también que un día lo tendré entre
mis brazos y le cantaré canciones de cuna y cerraré los ojos y le daré gracias a la vida por
concederme la dicha de tenerlo. Y otro día crecerá y él o ella sí, con todo el derecho, me llamará
abuela.


También pienso en mi hijo y en su esposa y sé todo lo que están pensando y sintiendo ahora ante
la inminente llegada de su primer hijo o hija. Y le pido a la vida que les de todo lo que necesitan
para andar adelante. Que lo puedan disfrutar como si fueran abuelos, aunque sean padres y que lo
puedan formar y educar como verdaderos padres. El mundo necesita seres humanos diversos, ojalá
mi nieto y la generación que él o ella representa, sepan asumir la vida de un modo diferente al
nuestro y si es así, mi existencia estará, ante mi misma, plenamente justificada.

Por María Isabel González

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