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DOS JUAN___ : UNA VIDA

UNO


Vengo de la luz a la diestra. Me llamo Juana, a secas. Me parezco y me
diferencio de todos y no me importa, más aún, me alegra ser única sin ser rara.
Me merezco la vida que he tenido porque yo la he construido con sus dichas y
sus tristezas.


Tengo dulces recuerdos de la infancia: personas que me amaban y confiaban en mí, sin dudas ni temores, personas que sin criticarme vieron mis errores y admiraron mis aciertos. ! Cómo me río pensando en mis hermanos, cuántas cosas nos hicimos ! A ellos les debo mi inventiva, espíritu científico, capacidad de escape y posibilidades de defensa.


Guardo un recuerdo borroso del dolor de estómago que me produjo Alberto
con su gancho derecho, pero estoy segura que él no puede olvidar el pellizco
retorcido en su brazo izquierdo.


Me mareo ahora al pensar, cómo escalé aquel muro de la casa, para descolgarme luego en el refugio que Victor había creído bien protegido por él, cómo robé sus hostias - las que le regaló, sin consagrar, el padre Francisco, nuestro párroco - y las comí sin desgano y sin ningún recato para con mi
hermano el asaltado.


Me hace reír la historia de la gallina blanca de la tía Josefina. Una celebre
pandilla compuesta por algunos de los hermanos y otros primos, estábamos un
día practicando el tiro al blanco, con el blanco móvil de la gallina blanca.
Haciendo gala de una magnifica puntería, la plumífera de la tía fue
mortalmente herida. Contritos y arrepentidos los feroces miembros de aquella
pandilla, amarramos la gallina de un palo, en el sótano de la casa, con el fin de
hacerle solícitas curaciones diarias. Allí en aquel húmedo sótano apareció
atado...el hueso de la pata que después del festín, dejó la chucha. A la
mañana siguiente, la tía Fina recorría con angustia el vecindario, preguntando
quién había visto su ponedora blanca. 


Crecí y poco a poco cambié mi ropa de niño por faldas que mostraban la
cadera que se iba formando y blusas que se pegaban a mi naciente pecho.
Derecha como la palmera, mostraba orgullosa mis futuros atributos y sentía de
qué forma me admiraban los lampiños, quienes en grupo me esperaban frente
a la puerta de mi casa. En aquel entonces, tomé por primera vez una
temblorosa y húmeda mano y cerré los ojos, como las doncellas de Kaliman o
más tarde las de Corin Tellado, para mi primer beso que supo a gloria.


Bailé, canté, jugué, corrí, conocí el teatro y me sentí María, Margarita,
Teresa, Cecilia o Gloria. Me miré al espejo y me admiré , toqué mi cuerpo y
nadé dentro de él, amándolo. Supe entonces que estaba lista para compartirlo
y esperé...esperé a quien un día debía llegar hacia mí.


Mientras tanto, estudié y aprendí pero...sin dejar de vivir. Trabajé después y
supe lo bueno que era darme a mi misma todo cuanto necesitaba y
encontrándome en estas, hallé aquella otra persona que después por mucho
tiempo, habría de acompañarme.


El término fracaso lo conocí en las frías hojas de un diccionario, porque con
satisfacción y orgullo puedo decir que jamás fue una realidad en mi vida, tuve
momentos difíciles en donde mi rumbo fue evaluado y la dirección quizá
cambiada, pero no experimenté el dolor de decir: hasta aquí llegué porque he
fracasado. En realidad, recuerdo haber tenido muchos obstáculos en mi


camino, pero nunca un problema, porque tal vez si apareció y no pude con él,
lo olvidé. Por lo demás, encontrar obstáculos me hizo bordear el camino hasta
hallar un recodo diferente.


Supe qué era el miedo, no voy a decir que no, pero aprendí que él tiene tan
enorme como engañosa puerta y si no te atreves a pasar te estanca frente a
ella, dejándote inmóvil para que los pájaros cuelguen allí sus melenas, los
señores sus sombreros y las señoras sus paraguas, hasta pipí, le hacen los
niños en su base. Si la pasas en cambio, verás cómo la puerta desaparece y la
luz vuelve a alumbrar tu camino.


Otros me han creído desafortunada porque no llevé hijos en mi vientre, pero
la verdad, sí los tuve fuera de él, muchos más de los que mi cuerpo hubiera
podido albergar. También tuve hermanos, amigos, padres y amantes, porque
en cada persona que en mi vida conocí, hubo un pedacito de todos ellos y
así...los amé.


No voy a permanecer mucho tiempo mas en este sitio: cuando mi palmera
vieja, requiera estacas, es ya la hora de buscar la tierra y darle alimento, pero
sé sin duda, que para entonces, en otro sitio habitaré. Tantos corazones que
en mis ojos guardé y con mis manos toqué, serán mi albergue y mi morada y la
estrella generosa sostendrá mi recuerdo, para todos aquellos que en su vida,
con ansia, deseen la felicidad.


DOS
Vengo de la oscuridad a la siniestra. Mucho gusto. Me llamo Juanita para
servir a ustedes. Soy amarilla, flaca y pequeña pero me han llamado y aquí
estoy. No creo que deseen conocerme, soy un ser común y además no soy
bonita. En realidad me da mucha pena con ustedes hacerles gastar tiempo que
podrían dedicar al periódico, viéndome a mí. 


La vida mía no ha sido una suerte para mí pero tengo la cualidad de
resignarme. Nunca he merecido recibir atención. Aún recuerdo la tristeza que
siendo niña, producía en mis padres. En realidad no puedo olvidarme de eso.
Me querían sí, mucho al igual que a mis hermanos pero se sacrificaban mucho
por nosotros. Trabajaban continuamente y no tenían tiempo ni para sí mismos,
además éramos numerosos y todo el día estábamos haciendo cosas
indebidas: Juanita no pelees, Juanita no grites, Juanita no discutas, Juanita no
maldigas, Juanita no camines por ahí, Juanita te vas a caer, Juanita: muestra
los ojos ¿ tu fuiste, verdad ? te comiste el jamón de la cena, Juanita has dejado
sin comida a tus hermanos, no dejarás de ser una egoísta Además en una
casa cuyo eco no permitía olvidar los atributos que se tenían.


En realidad, no podía luchar y menos vencer, los maléficos impulsos que
propiciaban mi perdición:


Mamá " le juro por Dios " que en el colegio no alcanzaron las medallas para
todas las niñas y no pudieron darme la que yo me gané, entienda que somos
muchas. No valen las excusas como no vale una niña que no sabe estudiar,
me decía ella con su sabiduría de madre y yo, no sabía estudiar.


Como yo era tan pequeña e incapaz de hacer bien las cosas, mi mamá me
bañaba evitando que quedara mugre - para sembrar papas - detrás de mis
orejas. Cuando ella, atendiendo a mis hermanos menores no lo hacía, yo
quitaba mis interiores desobedeciendo de paso a sor Emilia, la maestra de
catequesis, quien nos tenía expresamente prohibido, bañarnos con el cuerpo
desnudo. Todos los días que correspondían a esos baños, el diablo me
visitaba en las noches, llevando la ropa que me quitaba en su mano izquierda y
señalándome el fuego del infierno con la derecha.


Un día cualquiera, mientras jugábamos, Alberto me pegó un puñetazo en el
estómago, cuando recobré el aliento e iba a pellizcarlo, apareció mi mamá con
cara de pocas amigas: ! Eso no se hace ! dile al padre mañana que eres mala
con tus hermanos. No sólo eso, después tuve que agregarle al malacaroso
confesor, que en ese instante deseé que esa vieja regañona se muriera y que
en la noche me levanté y dañé el juego preferido de Alberto.


Sin duda, había sido elegida por el diablo. Con su aullido, los perros pastores
alemanes del vecindario, me anunciaban que él me rondaba cuando yo
intentaba dormir. La cocinera lo vio un día, yo no, pero si lo sentí, claro está.
¿Por qué él me había elegido a mí ? Yo hacia muchas cosas malas y no podía
evitarlo.


Hoy sé cuánto me quisieron mis padres, con toda la dulzura de que fueron
capaces - recalcándome con el verbo su amor por mí - me mostraron mi
verdadera esencia y descubrieron ante mis ojos la naturaleza perversa de mi
humanidad. Muchas acciones de mi vida obedecen a esa naturaleza que existe
en mi y por eso he aceptado con resignación cualquier sufrimiento que la vida
me depara. No me niego a actuar, es algo que no puedo controlar, después la
vida se encarga de pasarme su cuenta de cobro.


Como se ve, pasé mi infancia haciendo daños y después tuve miedo de
crecer y no poder controlar mis impulsos y fue el piso el sitio preferido para
dirigir mis ojos. Mis hombros cayeron sobre el indefenso pecho y fueron ellos
los encargados de cubrir esa condición femenina que tanto me apenaba.
Mirando hacia el suelo, entre los zapatos, encontré la imagen de aquel hombre
con quien me casé mas tarde y a quien he adorado toda mi vida porque con
sus desdenes, desamparos y maltratos me ha permitido purificarme un poco,
he dado a mis hijos lo mejor de mi y sacrificándome por ellos, al igual que me
lo enseñaron mis padres, espero que tengan armas suficientes para luchar
contra tanta maldad y perversidad como le he hecho yo.


Al pasar los años y luego de padecer la angustia, los dolores de la muerte y
la ingratitud de aquellos a quienes se ha amado tanto, buena cuenta darán los
gusanos de mi cuerpo inútil y Dios misericordioso me acogerá en su seno,
otorgándome el perdón por todas aquellas cosas con que lo he ofendido,
después, eso sí, de que le pague en el purgatorio, el hecho de haber nacido.


Por María Isabel González

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