DEL AROMA DE COLOMBIA AL SABOR DE ITALIA
Por María Isabel González
Hace muchos años, en un país lejano, muy lejano de aquí, habitaban sólo aromas. Aromas
de todos los tipos. Los aromas de las flores, de los árboles, de la tierra, de los animales y de
las especias. También el aroma del sol, el de la luna, el de las nubes y el de las estrellas, el
aroma del mar, el del día y el de la noche, el de la tarde, el del frío y el del calor. El aroma
de la vida, el de la muerte y el de la violencia. Todos, todos los aromas habitaban en aquel
país.
En otro país también muy lejano, en donde tal vez ni siquiera conocían la existencia del
primero, habitaban sólo sabores. Sabores también de todas las clases. El sabor de la dicha y
al mismo tiempo el de la amargura, el sabor de la guerra y también el de la pobreza, el de la
paz y el de la riqueza convivían en la misma ciudad. Los sabores de la pasta, del vino, de la
dulzura, del calor y del frío, del intelecto de la historia y de la razón.
Todos los aromas que habitaban en el primero, tenían en el segundo su alma gemela y sin
embargo, como cosa extraña, nunca se habían encontrado.
Un día, lejos del país de los aromas y en medio de los dos países, se generó sobre el mar
una horrible tempestad y un viento muy fuerte quedó perdido en medio de ella, no se
deshizo con la lluvia, como es lo normal y no sabía hacia donde debía proseguir. Comenzó
entonces a sentir una gran confusión que cada vez lo hacia crecer tornándose más y más
grande, iba de un lado a otro sin un rumbo fijo y sin darse cuenta crecía y crecía cada vez
más, acercándose peligrosamente al país en donde vivían los aromas.
Fue así como llegó a las costas de aquel país, convertido en un grande tornado que pasó de
norte a sur y de este a oeste, cambiándolo todo. Algunos aromas que estaban fuertemente
agarrados lograron sobrevivir, otros que se escondieron también, pero muchos otros se
extinguieron o cambiaron tanto que se tornaron insoportables y finalmente desaparecieron.
El viento siguió su camino dirigiéndose hacia el viejo continente y cuando llegó a él, justo
sobre el país de los sabores, ya exhausto, dejó caer algunos aromas que se había traído en
su interior.
Podéis imaginar el estado de estos aromas cuando, después de aquel convulsionado viaje,
cayeron en un lugar extraño para ellos. Se sentían deshechos, maltrechos y cansados, no
alcanzaban a darse cuenta de qué les había sucedido exactamente. Se acordaban que
estaban conversando alegremente sobre su futuro, posados en una mata de café y de repente
¡el fin del mundo! Todo se oscureció, el ambiente se tornó gélido y frío y lo que en
principio era un agradable viento se convirtió en un tornado y ahora… ¿dónde estaban?
¿Qué hacían allí?
Afuera todo parecía normal. Pero no, nada era normal, allí no había aromas. Todos los seres
que habitaban ese lugar eran diversos ¡Qué horror! Era una sensación terrible de confusión,
la cabeza giraba y no entendían nada. ¿Qué estaba sucediendo? Se sentían observados con
el rabillo del ojo, no directamente por supuesto. La gente de aquel lugar no demostraba
mucho interés. Nosotros quienes contamos esta historia, sabemos que no era de buena
educación hacerlo, además, aquí en la urbe del sabor, estaban acostumbrados al paso de
mucha gente rara. ¡Qué tenían de especial algunas más!
No perdamos la calma -, se dijeron a sí mismos los aromas -, intentemos determinar
primero, en dónde estamos y quién es esta gente tan extraña.
Y fue así como vagaron sin rumbo fijo por la ciudad, observando solamente y tratando de
entender el lenguaje que usaban los sabores, tan diferente al suyo. Algunos de los nativos
no dejaron de sentirse incómodos con su presencia, el aroma fuerte que sale del miedo, se
siente fácilmente y no es agradable, porque - no debemos olvidarlo - por más
acostumbrados que estuvieran en la urbe del sabor a la presencia de seres raros, estos
aromas eran realmente distintos a lo que habían visto siempre.
Lo repentino del viaje y lo difícil del mismo, el encuentro con una realidad tan diversa de la
suya, el cansancio, la incomprensión y la dificultad para expresarse, se asentaron en lo más
profundo de los aromas trayendo con ellos la tristeza, un enorme vacío interior y una
sensación de no pertenecer a nada, de venir de la nada, de ser nada. Se llenaron de
confusión y fueron ciegos al mundo nuevo que los rodeaba en ese momento.
Como un oasis en un desierto, recordaron entonces a su país, los aromas que conocieron
antes, desde hacía muchísimo tiempo, para su obnubilada mente - porque en realidad no
había transcurrido tanto tiempo - recordaron que en el mundo había seres como ellos,
iguales a ellos, que hablaban el mismo lenguaje y que se denominaban aromas como ellos.
¿Dónde estaban ahora? Este recuerdo, el afecto por los aromas que conocieron antes y la
esperanza de volver a sentirlos, les impidió esfumarse y morir.
Lo que en aquel momento no sabían los aromas, era que, como en todas partes, también allí
había sabores que eran curiosos y se interesaban por explorar y conocer. Eran sabores un
poco más amplios que los demás, que se negaban de alguna forma a aceptar que el mundo
empezaba y terminaba en el sabor y que por lo menos sospechaban que este era más
grande. Ellos estaban aprendiendo e investigando sobre las posibilidades que tienen unos
sabores de convivir con otros y les ayudaban en este sentido, porque como en todas partes,
había sabores que se aliaban para crear nuevos y distintos sabores y después, decidían que
no querían vivir juntos por más tiempo. ¿Quién podía separarlos? ¿Quién podía ayudarlos a
convivir? En aquel lugar por lo menos, lo intentaban.
Por una gran casualidad, los aromas llegaron al lugar en donde trabajaban los sabores
curiosos y al sentir el interés que despertaban en ellos comenzaron a sentirse más tranquilos
y por primera vez respiraron con calma, dejando el miedo y el aroma asociado con él.
También ellos observaron con detenimiento a los sabores y poco a poco cada uno empezó a
conocer al otro. Muy despacio primero. Muy profundamente después.
Descubrieron juntos la intensidad de los unos y de los otros, descubrieron sus variaciones,
sus características comunes, así como también aquellas que realmente los diferenciaban.
Aprendieron qué cosas hacían parte de cada sabor y de cada aroma en particular y qué
cosas le pertenecían a todos los sabores en general. También los sabores aprendieron a
distinguir, poco a poco, las diferencias entre los aromas y las cosas comunes, extrayendo
conclusiones sobre cómo serían los demás aromas que el viento no trajo consigo.
Los aromas descubrieron allí que para los sabores era muy importante “saber”, pero no
saber de tener sabor, sino de conocer. ¡Claro! Por eso hacían este trabajo. Ahora podían
entender por qué sus cabezas eran tan grandes. Toda su actividad estaba concentrada en
ella. Por el contrario, para los aromas era muy importante sentir. ¡Claro! ¡Qué sería del café
si no tuviera aroma, si no penetrara tan profundamente como aroma!
Saber tanto como sabían los sabores, también tenía sus desventajas: aquel lugar en el que
ellos trabajaban parecía una cancha de fútbol en donde jugaban con las ideas y peleaban por
ellas como si fueran balones, se aliaban alrededor de ellas, las pasaban a los que sentían de
su grupo y las escondían de quienes no lo eran. La competencia entre ellos era bastante
grande y trataban de que los otros no conocieran sus verdaderas debilidades para que no les
cogieran ventaja en el juego. Por fortuna los aromas no contaban mucho en este sentido, ser
aroma los mandaba fuera de la competencia de los sabores.
Así mismo, los sabores, buenos observadores, se dieron cuenta que aunque trataran de estar
a tono con ellos, los aromas no eran tan cabezones, era su pecho más amplio porque habían
desarrollado más sus pulmones y tenían mayor capacidad para llenarse con todos los
aromas que se aspiraban en su país. Lo sabores, no tenían la oportunidad que tuvieron los
aromas de verlos en interacción, pero ellos mismos se dieron cuenta que su país, también
era una gran cancha de fútbol en donde la bola estaba hecha de emociones y no de
pensamientos como en este país. Entendieron mucho sobre el poder que tenía allí el aroma
de la violencia y por qué había sido tan fuerte mientras ellos vivían allí.
Este conocimiento mutuo de los unos y de los otros, les permitió a todos, un gran
descubrimiento: ¡Los sabores tenían aroma! Incipiente, pero lo tenían y en su contacto con
los aromas lo estaban desarrollando aún más y, al contrario, ¡los aromas tenían sabor! Y del
mismo modo, en contacto con los sabores, lo estaban desarrollando. ¡Qué gran
descubrimiento!
No todo se detuvo aquí. Con todo esto encontraron aún más. Podían ayudar a los sabores
que no se soportaban unos a otros a convivir en paz, sin náusea. Al ayudarles a sentir su
aroma y el aroma de los otros, también a intensificar sus sabores y a conocer su calidad y
sus características, se les ayudó a convivir o por lo menos a saber con quién convivir.
Cuáles sabores pueden convivir y cuáles no, introduciendo además los aromas, que
seguramente existían desde siempre, pero que desde luego no conocían, porque se habían
considerado a sí mismos, seres de sabor o de aroma exclusivamente.
Pasaron los años y sabores y aromas convivieron y aprendieron juntos muchas cosas, hasta
que un día todos juntos observaron negras nubes en el cielo, que trajeron a la memoria de
los aromas, el día aquel en el que descansando sobre una planta de café, los tomó por
sorpresa el vendaval y se dieron cuenta de que tal vez ahora, con un nuevo fenómeno,
tenían la oportunidad de regresar a casa. ¿Qué hacer?
Obviamente se sentían atraídos por la idea de ver de nuevo a los suyos. Pero, ¿continuaban
siendo suyos? ¿No eran ahora diferentes? ¿Podrían aceptar el hecho de que ahora tenían
sabor? ¿Podrían ellos mismos aceptar el sabor incipiente y subdesarrollado que tenían los
suyos cuando partieron?
¡Eran tantas preguntas!
Este cuento fue escrito para la participación de la autora en el XXIII Congreso sobre “Familias y terapeutas:entre pertenencias y dependencias” organizado en la ciudad de Todi (Italia) por la Accademia di Psicoterapiadella Famiglia, durante los dias 25,26 y 27 de junio de 2004.