CUANDO EL MUNDO SE VOLTEÓ AL REVÉS
Quizá aquellas personas que posean la inmensa fortuna de tener un abuelo que
sobrepase los ciento diez años, hayan escuchado alguna vez de ellos, sobre lo ocurrido
en aquel día en que el mundo se volteó al revés.
Una noche, estando sentados alrededor de la mesa, después de la cena, nos contó
mi abuelo a mis hermanos y a mí, que su padre le dijo que siendo él un niño, hubo un
día en el cual todos los planetas cambiaron sus órbitas. Para decir tan solo algunos, la
tierra giró alrededor de la luna y el sol lo hizo alrededor de marte. Dentro de nuestro
planeta, con la luna amaneció a las cinco de la tarde y, con el sol se oscureció todo a las
cinco de la mañana.
Y todo en aquel día en que el mundo atardeció al revés.
Fue tal el desconcierto de la naturaleza entera, que en aquel día las vacas trinaron y
pusieron huevos cuando los granjeros fueron a ordeñarlas en el amanecer, que para
entonces ya fue un atardecer. No cantaron los gallos al nuevo sol sino los gallinazos a la
vieja luna. Los patos y gallinas mugieron y pusieron leche dentro de sus nidos; las
yeguas parieron a los terneros, las camellas a las cigüeñas y las arañas a los micos.
Y todo en aquel día en que el mundo atardeció al revés.
El mar devolvió las olas hacia sus adentros, haciendo que se alejaran de las playas,
los peces volaron buscando el aire y dejando espacio para que las aves nadasen a su
antojo. Los ríos salieron del mar y subieron con notable esfuerzo, buscando las cimas de
los montes y también de ellos salieron los peces a pasear por los bosques y praderas.
Y todo en aquel día en que el mundo atardeció al revés.
No se escapó el hombre a tantos cambios, entre ellos el más importante, no se
percató siquiera que el mundo había atardecido al revés: saludó el amanecer de la luna y
la despidió en su ocaso, escuchó complacido el canto del gallinazo y se levantó con él,
recogió los huevos del ordeño y la leche de los nidos, remó hacia las cimas de los
montes y las profundidades de la tierra y se adentró con las olas en el mar, para ver el
vuelo de las aves dentro de él.
Los hombres hablaron mucho y en muy distintas lenguas, pero fueron sordos a la
comprensión de las palabras o gestos de los otros hombres. Las mujeres parieron seres
adultos, no niños, con la cara arrugada y triste, los ojos secos y la boca fruncida y
estrecha.
Y todo en aquel día en que el mundo atardeció al revés.
Por fortuna para todos los habitantes del planeta, las hadas, duendes, gnomos y
seres misteriosos de nuestro entorno, fueron inmunes al revés del mundo, puesto que
ellos no han tenido nunca ni derecho ni revés y además, durante toda su existencia han
estado escondidos en los lugares más recónditos e insospechados del mundo inmaterial.
De tal manera que aquel día en que el mundo atardeció al revés, fue de gran revuelo
y consternación en el país de las hadas porque allí sí notaron que algo extraño estaba
pasando.
Manuela era la reina de todos los seres maravillosos de su mágico país de ensueño.
Ella se había ganado allí un espacio muy especial porque siendo un hada relativamente
joven, tenía un corazón fresco de niña hada y una mente resuelta y experta de vieja hada,
muy al derecho. Todos la respetaban y querían mucho y la consultaban tanto y para
tantísimas cosas que decidieron hacerla su reina para que todo el día pensara y sintiera
sobre todas las cosas.
Teniendo en cuenta que era alguien tan importante, no es raro que Joselito el
duende más pequeño y veloz del reino, hubiese ido directamente a contarle a la reina
Manuela, la singular novedad de que el mundo había atardecido al revés.
Cuando Joselito llegó a donde se encontraba su soberana, vio en sus negros ojos e
inflados cachetes, la preocupación reflejada. Sin que Joselito tuviera necesidad de
hablarle, ella le dijo:
- Ya sé lo que ocurre Joselito, fui hoy a visitar el corazón de Teresita mi niña
preferida y lo encontré cerrado, estaba seco y arrugado como una uva pasa. No fue
difícil darme cuenta qué estaba ocurriendo. Toqué entonces en su fantasía y... también
cerrada, un viento helado me sacó corriendo. Corrí hacia sus sentimientos y los encontré
revueltos, subí hacia sus pensamientos y los encontré confusos... Créeme Joselito, todo,
todo, estaba al revés. Sin duda el mundo se encuentra al revés, me dije y, tal como lo
creí, lo encontré.
Quedé tan preocupada al suponerlo que me vine corriendo y consulté la opinión del
nardo, la mágica flor de mi jardín.
- El corazón como una pasa...- Me dijo el nardo -, Ajá, pensamientos confusos,
sentimientos revueltos, fantasía cerrada... Es grave, el mundo se encuentra al revés y sin
duda es culpa de Senzamoro. Búscalo, reina, y encuéntralo porque de lo contrario, no
volverás a ver a Teresita ni a nadie como ella. Búscalo reina y pronto -. Me repitió el
nardo en varias ocasiones y con diferentes tonos.
- Tú eres ágil y pequeño Joselito y necesito que me hagas un gran favor.
- Tu solo ordena reina mía.
- Busca al gran mago Senzamoro, encuéntralo en donde quiera que esté y dime lo
que hace. Es muy malo, no lo olvides, y poderoso en extremo. Averigua si él tiene que
ver con el estado del mundo al revés y entonces sabremos qué es lo que debemos hacer.
Si te encuentras en apuros llámame con esta campanita, es tan dulce que Senzamoro no
puede oírla, acudiré de inmediato en tu ayuda si la haces sonar.
- Como tú digas, Manuela - dijo Joselito -. Si yo puedo ayudar en algo para arreglar
el mundo que se encuentra al revés y, si tú consideras que esa es la forma, en donde se
encuentre Senzamoro, yo lo hallaré.
Joselito recibió la diminuta campanita y salió presuroso. Él sabía, como todos los
duendes, gnomos y hadas que Senzamoro habita en las tierras oscuras de la noche
eterna. En condiciones normales, ningún duende se atreve a ir por esos lados porque es
muy fácil perderse en la oscuridad y permanecer allí por todos los siglos de vida. Sin
embargo, nadie mejor que Joselito para emprender tal búsqueda, puesto que él, siendo
aún muy pequeño, había recibido de su hada madrina, un corazón luminoso que, en las
oscuridades tenebrosas, le servía de linterna.
El águila Cata estaba esperando a Joselito para llevarlo hasta los límites de las
tierras oscuras de la noche eterna.
- Perdóname, pero no puedo seguir contigo -, le dijo Cata a Joselito cuando llegaron
al límite, perfectamente demarcado, entre la luz y la noche eterna. No puedo orientarme
dentro de tal oscuridad y no te serviría de nada mi compañía.
- Te entiendo, no te preocupes, más adelante me espera Sara la pantera, ella me
llevará a mi destino -, dijo Joselito, tranquilizando a su amiga.
Allí en los límites se despidieron afectuosamente los dos amigos y Cata vio como
Joselito se perdió en la oscuridad. Por un rato observó el reflejo de su pequeño corazón
alumbrante hasta que al cabo de unos minutos ya no lo vio más.
Después de caminar por largo rato, guiado por la luz de su pequeño corazón y
siguiendo el camino de la intuición que le indicaba la fe en sí mismo, Joselito sintió
pasos suaves a sus espaldas y a pesar de ello continuó caminando sin voltearse a mirar.
Supuso que se trataba de Sara, otra de sus amigas, pero perfectamente podía no serlo,
era mejor actuar con cautela.
A pesar de todos los cuidados, no pudo evitar Joselito el terrible golpe que le
propinaron en la espalda, voló por los oscuros aires para caer en la más profunda
oscuridad. Su corazón latía débilmente con una escasa luz y antes de perder totalmente
sus sentidos, descubrió entre las tinieblas los verdes ojos de Sara que lo miraban de una
extraña manera. Sin duda, Sara estaba en las garras de Senzamoro, era ella quien le
había propinado tan duro golpe. Joselito pudo verlo en el horrible brillo de sus ojos que
lo miraban con odio y sin reconocimiento.
No se sabe cuántas horas pasó sin sentido Joselito pero cuando despertó, supo que
se encontraba encerrado en el foso ilimitado de la noche, padecía una espantosa angustia
en la boca del estómago, que tan solo es posible sentirla en un sitio como ese, sentía que
su cabeza se iba a estallar por el dolor y su corazón seguía alumbrando con debilidad.
No vio a Sara ni a nadie en su lugar, pero sabía que la noche, por sí misma, aliada con
Senzamoro, le impedía salir de allí.
Joselito cerró suavemente sus ojos y pensó en Manuela su reina, creía que iba a
defraudarla si no cumplía con su misión. Permaneció así un buen rato, deseando ver a
Manuela en la luz de su propio espacio interior y llamándola constantemente para que
viniera en su ayuda.
Fue tan grande su deseo que finalmente logró rescatar la imagen de su reina para
contarle lo sucedido.
- Únicamente la confianza te permitirá salir adelante, no dejes que te venzan, amigo
mío - le dijo ella con su dulce seriedad - empuña el arma de tu valor y repite conmigo:
Senzamoro, no me conoces, puedes mandar a quien quieras y no vas a doblegarme.
En mi alma llevo la fuerza del amor y el conocimiento que me da la fe. No vas a
vencerme nunca ni a desalentarme en mi propósito de encontrarte para que el mundo
regrese a su lugar.
Después de esta visión, Joselito tuvo muchos ánimos para intentar el escape, estaba
sentado pensando en su próxima acción, cuando sintió sobre su cabeza un aleteo. No vio
hasta más tarde de quien se trataba, pero tampoco tuvo miedo, puesto que la confianza
otorgada por Manuela a Joselito, lo había desterrado de allí.
En efecto, quien sobrevolaba la cabeza de Joselito era Alirio el vampiro.
- Vine tan pronto como pude -, dijo Alirio en tono de amistad. - Estaba
descansando después de un duro día de trabajo, cuando me pareció ver a la reina
Manuela pidiéndome que te buscara. Ella me dio el tono de tus vibraciones y no se
equivocó, fue muy fácil encontrarte.
- No te entiendo - replicó Joselito -. En realidad, me alegra mucho sentir que estas
conmigo, pero no comprendo lo que quieres decirme.
- ¡Ah!, perdona -, explicó Alirio -. Yo no puedo ver, es mi oído el que me guía por
los caminos de la vida. Entiendo que este bosque es muy oscuro y mientras más oscuro,
para mi es mejor. Tu sonido es bueno, raro en este bosque en donde casi todo es malo,
pero por esta razón me fue posible ubicarte. Eso es lo que quiero decirte.
- Entiendo, pero dime Alirio, aún estoy aturdido por el golpe y el encierro de la
noche, todavía no puedo recuperarme de modo que no sé por dónde venía ni hacia
dónde tengo que dirigirme ahora para encontrar a Senzamoro.
- No te preocupes, el preciso radar de mi oído me indica que Senzamoro se
encuentra hacia el norte, son también inconfundibles sus vibraciones. Lo único que me
extraña es que a su alrededor percibo otras tristes vibraciones que no puedo asociar con
esta oscuridad. Démonos prisa Joselito. Te llevaré en pocas horas al castillo en donde
habita Senzamoro. No puedo entrar contigo porque mi oído no puede resistir la cercanía
del mago, pero sí te dejaré en sus puertas. Aprovecha y descansa un rato sobre mi
cuerpo, te avisaré cuando hayamos llegado.
Joselito no tuvo que hacer mucho esfuerzo para obedecer a su amigo Alirio. En un
instante cayó en un profundo sueño. Allí de nuevo vio a Manuela, ella desde su cuarto lo
estaba acompañando, nada malo podría sucederle entonces.
Cuando Alirio sintió las primeras vibraciones del mago y su castillo llamó a
Joselito. - Apúrate le dijo-, cuando yo descienda, deberás bajarte de inmediato o mis
oídos podrán estallar. Una vez en el suelo, corre hacia el norte, con toda la rapidez que
puedas. Rodea la casa y entra por la ventana del último altillo, no hay nadie allí en este
momento, baja por las escaleras y busca el sótano, es allí en donde siento las tristes
vibraciones. Senzamoro está dormido ahora, no vayas a despertarlo porque causarás su
ira.
- ¿Puedo estar seguro que no se despertará? - Preguntó nervioso Joselito.
- Seguridad, seguridad, tal vez no - le respondió Alirio -. Lo cierto es que cuando
duerme guarda todos sus sentidos entre un cajón.
- ¿Qué? y, ¿para qué hace tal cosa? - Preguntó Joselito con los ojos muy abiertos.
- Él se siente muy seguro de la protección que tiene su castillo, de hecho, llegar
hasta acá en esta oscuridad no es posible para cualquier transeúnte. Además obtiene un
gran beneficio, sus sentidos se recargan mientras duerme, redoblando su potencia
cuando está despierto. Ahí sí, todo lo que pasa a su alrededor, así sea a muchos
kilómetros de distancia, es conocido por él.
- ¿Cómo sabes tanto sobre Senzamoro? -, cuestionó Joselito boquiabierto.
- Trabajé para él - respondió Alirio con una vocecita apenas audible -. Sin duda,
este hecho, le causaba una vergüenza muy grande.
- Todos los seres de la oscuridad somos reclutados para prestarle un servicio a la
noche eterna y al malvado Senzamoro. Manuela fue quien me salvó de la total negrura, a
ella le debo mi nueva vida. Es por esta razón que tan pronto escucho su voz o veo su
imagen, corro a su servicio. Pero esto sería motivo para una noche de historia y ahora no
podemos darnos ese lujo. Ya hemos llegado a los jardines de hiedra del castillo. Bájate y
corre Joselito ¡corre!
- Hasta la vista -. Se dijeron los dos con mucho afecto, antes de que el duendecito
descendiese resbalándose por el costado de Alirio. - Buena suerte -, agregó el vampiro
en voz baja. - Espero verte de nuevo a tu regreso.
No era fácil para Joselito seguir solo su camino. Había tenido una dura experiencia
con Sara y si lo recordaba su corazón latía más rápido perdiendo la potencia de su luz
con el doble esfuerzo. Trató de concentrarse en el norte y de recordar las instrucciones
de Alirio para no pensar más en sus preocupaciones.
Recorrió un amplio trecho siguiendo una sola dirección, pero sin encontrarse nada.
Después llegó a un jardín oscuro que supuso amplio, lleno de sombras de grandes flores
y plantas que parecían amenazarlo con su falta de matices y colores. Esto último,
sumado al negro ambiente, le impedía obtener una real dimensión del lugar. Unos
minutos más tarde, se topó de nariz con una fría pared cubierta de hiedra, supuso que era
uno de los muros del castillo y por allí empezó su ascenso.
Se extrañaba Joselito de la soledad y falta de vigilancia del lugar, preguntándose en
dónde estarían esperándolo. No fue más que pensarlo para sentirse totalmente atrapado
por algo muy áspero y pegachento que le impedía mover tan solo uno de sus pequeños
dedos.
El duende gritó, impotente para moverse.
- Es una estupidez que te pongas a gritar - le dijo una voz silbante y áspera -. Nadie
te va a escuchar, a no ser que desees despertar a mi amo el gran mago de las sombras.
- ¿Quién eres? - preguntó Joselito consiguiendo un tono más bajo.
- Ella es Rosa la gigante luciérnaga pegajosa -, dijo alguien diferente con
entonación chillona, extravagante y al mismo tiempo cavernosa - Ella es Rosa, una
luciérnaga despiadada que pega a sus víctimas contra su lengua hasta que se diluyen.
- ¿Qué? ¿Quién eres? -, no te veo, cobarde, muéstrame quién eres.
- No puedo. Simplemente, no puedo. Ji, Ji.
Joselito se molestó mucho. Alguien se estaba riendo de él y no sabía ni siquiera por
qué, menos quién.
- No te enojes, sudas y te diluirás más pronto, perderás el rico sabor que tienes. Soy
el estómago de Rosa la pegajosa. Su lengua está ocupada contigo, pero más tarde estarás
conmigo y si aún escuchas, te hablará con su lengua cuando yo esté ocupado.
- ! Oh, no ¡- Pensó Joselito presa de una gran decepción. - ¿Qué puedo hacer ahora?
Estoy muerto.
Como una última oportunidad que quizá podía presentársele, pensó de nuevo en
Manuela. Esta vez le costó más trabajo recordar su imagen, pero Joselito, casi como
condenado a muerte, lo intentó y lo intentó... hasta que al fin lo logró.
Allí en su diminuta mente estaba su reina mirándolo con un rostro endurecido.
- No lo has comprendido Joselito -, le dijo ella - ¿Cuál fue tu último pensamiento
antes de que Sara te diera tan tremendo golpe?
- Déjame ver... Ah, sí, yo pensé: debo tener cuidado, alguien camina detrás de mí y
puede atacarme.
- Y, ¿qué pasó?
- Me atacaron -. Concluyó Joselito empezando a comprender.
- Bueno, y ¿qué pensaste antes de quedar pegado a tan áspera lengua?
- No es posible que el castillo esté solo, ¿quién saldrá ahora a impedirme que
continúe mi camino? - Esto fue lo que pensé - dijo avergonzado Joselito, pues había
comprendido en dónde se escondían los amigos de Senzamoro. Sin duda... en sus
propias dudas y temores, lugares oscuros de su misma casa.
Manuela se quedó mirando a Joselito y agregó -, ahora ya sabes que hacer ¿verdad?
De nuevo apareció la confianza vestida de negra mariposa, para ayudar al pequeño
duende.
- Este duende es para ti - le dijo a Rosa la recién llegada -. Te lo envía la luz del día
para que disfrutes el dulce sabor que tiene la vida fuera de esta oscuridad eterna.
Saboréalo.
La mariposa negra no había terminado de sugerir a la luciérnaga que degustara al
pequeño duende, cuando un terrible líquido proveniente del estómago hablador, brotó
con fuerza hacia el exterior, arrastrando a Joselito con él. Rosa no pudo soportar la
náusea que le produjo la sola mención de la luz del día que hiciera con astucia la
mariposa.
Solo quien produjo tan fea reacción pudo reconocer entre el líquido la figura del
duendecito que trataba de salir sin ahogarse en él. Lo tomó entre sus antenas y lo
sostuvo hasta perderlo de la vista de la luciérnaga quien permanecía exhausta en un
rincón.
- Parece que hoy debo especializarme para dar mis más nobles agradecimientos a
los buenos seres que aún desde el lado oscuro, salen para ayudarme. Gracias, mariposa -,
- dijo Joselito conmovido -. ¿Sabes qué debo hacer ahora?
- Continúa con las instrucciones de Alirio, súmales la confianza y sin duda
cumplirás con tu cometido -, le dijo la mariposa antes de desaparecer en la oscuridad de
la noche.
- Gracias -, repitió de nuevo Joselito - y continuó su ascenso hacia el altillo,
bordeando los muros del castillo.
Después de escalar por largo rato, Joselito penetró al castillo. Caminó sigiloso
buscando las escaleras por las cuales debería bajar hasta el sótano.
Antes de alcanzarlas atravesó un largo corredor que se hacía interminable, pues
no sabía si se iba a encontrar con el poderoso mago Senzamoro.
Un enorme perro negro, muy negro, cuidaba una habitación. En principio creyó
Joselito que se trataba del lugar en donde descansaba el mago. Pero no, lo que aquel
perro cuidaba era su poder, no su cuerpo. En la puerta se leía la siguiente inscripción:
“Aquí sus sentidos el gran mago recarga, si alguien se atreviera a cruzar esta puerta
es porque su vida en nada valora”
En aquel momento y después de todo lo sucedido, Joselito ya sabía que no podía
dejarse amedrentar por la inscripción, pues tal era su propósito, esto despertaría de
inmediato al perro celador. Además, Joselito apestaba a estómago revuelto de luciérnaga
asqueada. Siendo este el olor del ambiente, el duendecito pasaba desapercibido.
Con todo lo aprendido desde la salida del reino de Manuela, Joselito pudo bajar
sin más problemas hasta la puerta del sótano del gran castillo oscuro.
Ya en la última escalera, antes de abrir la puerta y entrar, se quedó pensativo
sobre aquello que iba a encontrar allí. Era claro que no se trataba del mago, pues él
estaba en el piso alto junto a la habitación vigilada por el perro negro.
Con cierta emoción, Joselito tomó la perilla de la puerta y recordó las palabras
mágicas para abrirla. Con los ojos cerrados las pronunció y al entrar en el cuarto y
descubrir su contenido, se sintió aterrado: En un enorme salón, cubiertas por la penumbra, se encontraban muchas jaulas. La luz que le permitía ver a Joselito, provenía débil del interior de algunas de ellas y del suyo. Sin duda eran las vibraciones tristes que Alirio le había mencionado. Ellas no
habitaban allí permanentemente, por eso eran desconocidas para su amigo el vampiro.
Joselito recorrió el lugar con lentitud y cautela, acercándose a las jaulas sin ser
visto.
En la primera de ellas se encontró con un pequeño ser parecido a él, vestido todo
de rojo, incluido el sombrero. Dormía en ese instante sobre una mantica también roja,
pero a pesar de estar dormido, daba pequeños saltos que marcaban un compás, por
repetirse exactamente, cada segundo. Toc, toc, toc, se oía al caer el hombrecito. Todo
esto sin que él se despertase.
En otra jaula se encontraba un señor mayor serio y adusto. Era tan pequeño como
el anterior, pero le pareció a Joselito que era más viejo, puesto que tenía una barba larga
y blanca y los cabellos también blancos, aunque su cara no tuviese arrugas. A Joselito se
le hizo muy simpático porque él habría jurado que el hombre roncaba, todo su gesto le
hacía suponer que así era, pero curiosamente no se escuchaba nada.
En otra parte vio a alguien que llamó su atención por tener el rostro suave y
relajado, pero además porque expelía un suave olor muy dulce.
Junto a este había un hombrecito pequeño, cubierto de pies a cabeza con una
fuerte armadura de hierro. Más adelante, alguien redondito con hendiduras o fisuras por
todo el cuerpo.
No faltaron las figuras femeninas allí encerradas, tres mujeres gorditas y rosadas a
pesar del encierro y la oscuridad, dormían plácidamente en otro lugar. Y, después de
ellas, otra que tenía forma de boca humana en sonrisa.
No podríamos enumerar uno a uno los presos del sótano porque eran muchos.
Joselito los observó a todos con detenimiento y pensó para sus adentros:
- ¿Quiénes son ellos? ¿Qué puedo hacer ahora?
En realidad, estaba preocupado. Intentaba encontrar una respuesta cuando se
acordó de la campanita que le había dado Manuela.
Sin duda, era la hora de usarla. Manuela debía estar presente para indicarle qué
era lo que debía hacer entonces.
Hizo sonar la campanita moviendo su pequeña mano en varias ocasiones. Tan
pronto se detuvo, su reina Manuela apareció frente a él.
- Gracias por llamarme tan a tiempo - le dijo ella-. No hay un minuto que perder
Joselito. Tenemos que actuar con rapidez antes de que Senzamoro despierte.
- No entiendo Manuela - dijo Joselito, aún sin comprender de qué se trataba.
- Ya te lo explicaré más tarde - dijo Manuela -, por lo pronto debemos
despertarlos a todos y sacarlos de ahí. Ellos deben regresar ahora mismo a su sitio,
puesto que sin ellos el mundo material está condenado a desaparecer.
Dicho esto, Manuela se concentró olvidándose del mundo a su alrededor y
empezó a cantar con una suave voz en el idioma de las hadas, algo que Joselito no
entendió.
Amor, levántate, es hora de regresar a casa, Respeto, Afecto, Valor, Saber,
Fortaleza, Honestidad, Confianza, Alegría, Verdad, vamos, levántense todos, debemos
salir de aquí pronto. El mundo se muere de frío sin el amor, el odio fluye por todas
partes sin el respeto, los seres vagan ciegos por la vida porque no hay afecto, se
esconden por doquier porque tienen miedo, no conocen la verdad ni se reconocen entre
ellos, no confían en nadie, no esperan nada, ya no ríen, ya no juegan y la tristeza se
pavonea entre ellos volviendo su corazón de hielo.
Vamos. VALORES todos de los humanos, abandonen pronto sus jaulas, tómense
de las manos y piensen con fuerza quién es cada uno de ustedes y cuál es su naturaleza y
su esencia. Nada ni nadie puede encadenarlos o enjaularlos.
A medida que la reina Manuela los iba llamando, el amor vestido de rojo, el
respeto de barba blanca, el afecto de dulce aroma, el valor de fuerte armadura, el saber
redondo, la fortaleza, la honestidad y la confianza vestidas de mujer y la alegría con
forma de sonrisa, al igual que todos los demás presos del sótano, despertaron con gran
dicha y abandonaron sus jaulas. Todos entonces se tomaron de las manos, incluidos
Joselito y Manuela, una luz incandescente llenó el castillo de Senzamoro del que solo se
oían sus gritos en aquel momento y volaron por los aires, saliendo de la noche eterna.
Volaron y volaron, hasta llegar a la montaña sagrada de la vida. Parados sobre su
cima cantaron felices antes de descender de nuevo, hacia las entrañas de la montaña,
sitio al cual pertenecían y de donde nunca debieron salir.
Antes de volver a su lugar, se despidieron de Manuela y Joselito con mucho
afecto, agradeciéndoles todo lo que habían hecho por ellos. En señal de amistad eterna,
cada uno le dio a Joselito un pequeño recuerdo de sí mismo, haciendo de él un duende
completo.
Cuando Manuela se quedó de nuevo a solas con Joselito, le dijo:
- Creo que no tengo que explicarte la magnitud de tu hazaña, pero quiero darte
una pequeña muestra de ella, voy a devolver el tiempo humano al momento en que
ingresaste al sótano del castillo de Senzamoro. Mira bien lo que ocurría entonces:
Joselito pudo ver cómo en esos momentos anteriores, los seres humanos se
peleaban hasta la muerte. El odio, el irrespeto, el desafecto, el miedo, la inconsciencia,
la desdicha y la cobardía, estaban haciendo de las suyas en un mundo volteado al revés.
Un instante antes de que Manuela despertara a los valores, Teresita, aquella niña
a quien ella amaba tanto, tenía los ojos poseídos por la ira y estaba a punto de gritar a la
madre:
- ! Maldita, no sabes cuánto te odio ¡
La madre a su vez, temblaba de miedo y fragilidad frente a su hija iracunda y
estaba a punto de pegarle unos duros azotes.
El regreso de esos seres maravillosos al seno de la montaña de la vida, impidió
los dolorosos sucesos que estaban por ocurrir a Teresita y a su madre y, justo en el
instante en que todo esto iba a pasar, las dos se fusionaron en un fuerte abrazo de amor.
-! Bravo ¡- gritó Joselito-, pleno de la dicha. En realidad se sentía muy
complacido con todo lo ocurrido, no habían sido en vano tantos esfuerzos y
sufrimientos, no solo de su parte, sino también de todos aquellos amigos de quienes
recibió ayuda en el momento oportuno y a los que recordó en aquel instante de grata
satisfacción.
Senzamoro, robó los tesoros de la vida, explicó luego Manuela a Joselito. Él
deseaba extender la noche eterna al mundo material, pero todos esos pequeños seres que
hoy conociste, se lo impedían, fue por eso que los robó y encarceló en su castillo de
horror.
- Ya comprendo - dijo Joselito - pero aún hay algo que deseo saber:
- ¿Por qué yo? Manuela ¿por qué yo fui el elegido para venir a liberarlos?
Desde el principio de los siglos está escrito en el gran libro de las hadas:
“Llegará a la tierra un horrendo día en donde los valores de los hombres serán
robados y si pronto por Joselito no son encontrados, todos los hombres están acabados”.
- Eras pequeño Joselito y esta era la misión que tú debías cumplir.
- ¿Eras? - preguntó Joselito asustado.
- Mírate -, le respondió Manuela poniendo un pedazo de río frente a sus ojos para
que pudiera hacerlo.
- Nadie pasa junto a los seres que habitan la montaña de la vida, sin crecer. Ese
fue su obsequio de despedida.
Joselito se vio en el espejo del río como un duende muy bello. Orgulloso de sí
mismo, preguntó luego:
- Bueno y, ahora que el mundo gira de nuevo al derecho, en este amanecer yo,
¿qué debo hacer?
- Acompaña a Teresita, es mi niña preferida, seguramente la amarás tanto como
yo, ayúdala para que pueda resolver sus problemas con tranquilidad y permanece con
ella en cada día de su crecimiento. Crece con ella Joselito.
Manuela y Joselito se abrazaron emocionados en aquel día en el cual, gracias a
ellos, de nuevo el mundo amaneció al derecho.
Por María Isabel González